La revolución totalitaria global obedece a varias causas estructurales: la extrema desigualdad creciente y la sensación de abandono que padece la gente; la gran desvinculación y precariedad hipercapitalista, con su concepción depredadora del ser humano; la superficialidad cultural, incapaz de formarnos en valores, creencias y sentimientos profundos; la transformación y dominio de la infraestructura cultural por parte de las redes sociales; el estatalismo que convierte las democracias en meros procedimientos y éticas mínimas; la desconexión con la naturaleza, el cuerpo y la realidad, que piensa que todo es fabricado por la voluntad humana; o la cancelación de la cuestión de Dios en la cultura y el pensamiento dominantes.
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El problema es espiritual y solo un movimiento axial y la conversión espiritual podrá reencaminarnos a la senda de la paz del ‘Homo amoris’, a la senda de la humanidad conciliar. Pero ¿cómo impulsar una revolución espiritual? ¿Qué acciones y transformaciones conducen a una renovación espiritual de la gente y del pueblo?
Revolución espiritual
En una revolución espiritual, la sociedad en su conjunto vuelve su mirada hacia la santidad del bien, la verdad y la belleza. Esa revolución no procede del poder de los medios de comunicación ni de la industria cultural; no sucede por la imposición de una nueva superestructura de ideas. Es un acto de extrema libertad personal que inicia y contagia acciones, celebraciones y obras de amor. Necesita una nueva infraestructura cultural, nuevos modos y medios en los que pensar y conversar, formas sencillas, creativas y fraternales de celebrar, acompañamiento, un nuevo gusto por aprender y conocer, silencio, retiro e interioridad.
Un movimiento axial nace de nuevas experiencias radicales que brillen tanto que hagan retroceder la oscuridad que se va metiendo en nuestros corazones en forma de odio, miedo o desesperanza. Es la vía de Nazaret.
