El 13 de septiembre, la Plaza de San Pedro se llenó de luces, drones, pantallas y música global. El concierto ‘Grace for the World’ reunió a artistas como Andrea Bocelli, Karol G, Pharrell Williams y John Legend frente a miles de personas y millones más a través de la transmisión en vivo. Fue un evento que sorprendió, entusiasmó y también generó polémica.
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Algunos se preguntaron si era apropiado ver a una artista urbana como Karol G en el corazón del Vaticano; otros vieron en ello un signo de apertura cultural sin precedentes. Lo cierto es que el concierto no fue de un solo género, sino un mosaico: góspel (Voices of Fire), pop (John Legend), balada lírica (Andrea Bocelli), música urbana/pop latino (Karol G en versión adaptada) y hasta fusión coral-orquestal. Cada estilo aportó su voz para transmitir un mensaje común: fraternidad y esperanza.
La música secular en el Vaticano no comenzó con el papa León XIV. Bajo san Juan Pablo II, se escucharon voces como Sarah McLachlan, Gloria Gaynor, B.B. King, Bryan Adams y Dionne Warwick. Benedicto XVI dio cabida a artistas como Dolores O’Riordan, Gipsy Kings, Loreena McKennitt y Michael Bolton. Y Francisco invitó a Patti Smith, Annie Lennox, Shaggy y Evanescence.
Algunos de estos conciertos se realizaron en teatros cercanos o como parte de encuentros oficiales del Vaticano, pero siempre con el sello de ser eventos culturales que dialogaban con la fe. No eran parte de la liturgia, sino espacios de encuentro con creyentes y no creyentes.
Por eso, el concierto de septiembre se inscribe en una tradición más amplia: la Iglesia, que no teme abrir sus puertas a la cultura, aún a la más inesperada.
El papa Francisco insistió muchas veces en que la Iglesia no debe tener miedo de la cultura popular. “El Evangelio necesita nuevos lenguajes”, decía. Esa convicción se tradujo en gestos: recibir a artistas de rock, a poetas y a cantautores; impulsar encuentros que usaran el arte como puente; y defender que la belleza, aunque surja en escenarios imprevistos, puede acercar a Dios.
Este evento reciente puede leerse como parte de ese legado. Una Iglesia que, en lugar de cerrarse, se arriesga a entrar en los códigos del mundo contemporáneo. Francisco dejó claro que la belleza puede ser un lenguaje de evangelización, incluso cuando llega desde fuera de los círculos tradicionales.
León XIV parece continuar esa apertura. Lo novedoso no fue tanto la música en sí, sino la escala y la diversidad: un espectáculo global con artistas de distintos géneros, acompañado por un despliegue tecnológico impresionante, más de 3,000 drones dibujando escenas de la Capilla Sixtina en el cielo de Roma.
¿Puede un escenario así transmitir el Evangelio? La respuesta no depende del estilo musical, sino de la intencionalidad. El concierto quiso ser un signo de fraternidad universal en un mundo herido por guerras y divisiones. Y la Iglesia mostró que su plaza más emblemática puede ser también plaza pública, lugar de encuentro y de anuncio.
No faltan voces críticas que prefieren una Iglesia más cerrada y menos arriesgada. Pero la historia muestra lo contrario: siempre que la fe ha sabido dialogar con la cultura, ha crecido en vitalidad. Lo que el concierto nos recuerda es que la evangelización pasa también por lo inesperado, por salir del molde, por hablar en lenguajes que muchos entienden aunque nunca pisen un templo.
Quizá allí está el verdadero desafío: no reducir la fe a un repertorio seguro, sino atrevernos a mostrar que el Evangelio puede resonar en cualquier escenario, incluso el de una plaza abarrotada de música global.
Lo que vi esta semana
El cielo de Roma iluminado por drones que dibujaban escenas de la Capilla Sixtina mientras la música unía a miles en un mismo latido.
La palabra que me sostiene
“El Evangelio necesita nuevos lenguajes”. (Papa Francisco).
En voz baja
Señor, enséñanos a no tener miedo de la cultura, sino a entrar en ella con valentía y ternura, para que tu belleza resuene incluso donde menos lo esperamos.
