Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Mujeres en la Iglesia


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Últimamente me ha tocado participar en ceremonias solemnes de nuestra Iglesia o ver algunas por televisión. Y, a pesar de los avances logrados en el último tiempo para dar más espacio a la participación femenina, duele ver cómo las mujeres siguen ocupando un segundo lugar y están físicamente ubicadas más lejos, más abajo o en menor número que los sacerdotes que presiden el rito.



Podría parecer algo banal (una costumbre o una postergación heredada por milenios que pocos notan en realidad). Sin embargo, hay una crispación espiritual que me enerva y me impulsa a luchar contra esta desigualdad. No hablo de temas trascendentes como acceder al sacerdocio ni de tener más poder o voz en lo eclesial (temas que sería lindo conversar). Hablo de un mínimo de cortesía: de dar un lugar equitativo en las ceremonias y de asumir más responsabilidades.

Fuera de todo protocolo

En el mismo funeral del papa Francisco o en el nombramiento de León XIV era evidente que los primeros lugares estaban destinados a los hombres, mientras las religiosas o laicas quedaban entre el público o muy atrás. Tuvo que ser una religiosa “rebelde” y regalona de Francisco quien, saliéndose de todo protocolo y costumbre, nos ubicó en un lugar principal.

No abogo por un feminismo radical, sino por un espacio equitativo donde podamos participar a la par con los hombres, sin seguir relegadas a las bambalinas, llevando flores o un mantel para el altar. Estoy segura de que el Señor, en sus encuentros, ubicaba a su Madre y a las mujeres en un lugar semejante al de sus discípulos, sin hacer distinción alguna.

Mucho que aportar

Las monjas y las mujeres en general tenemos mucho que aportar, y toda la Iglesia pierde cuando nos deja atrás. Pierde sensibilidad, empatía, colaboración, inteligencia, resiliencia y ese cuidado tan necesario para el pueblo de Dios. Son las mujeres del mundo las que sacan adelante a sus hijos, las que levantan países destruidos, las que trabajan incansablemente por los suyos, las que están dispuestas a gastar su vida por los demás.

Mujeres 1

¿Por qué no reconocer ese valor y el tejido precioso que confeccionamos? Dándonos responsabilidades litúrgicas, compartiendo los guiones, permitiéndonos dar la comunión, sentándonos en los mismos lugares del templo y dándonos voz. Ciertamente, a muchas mujeres nos encanta poner linda la casa, arreglar las flores y cuidar que no falte la comida para celebrar; pero también somos capaces de ir a lo hondo del Evangelio, reflexionar y aportar (desde el genio femenino) lo que el Espíritu Santo nos pueda inspirar.

Anhelo el día en que participe en una ceremonia donde todos estemos sentados sin categorías y cada cual ocupe el rol donde tenga más dones y virtudes para servir a la comunidad. Más allá del género, debería ser una cuestión de vocación y capacidad de amar, libre de egos y de ansias de poder que tanto espantan a la gente.