Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Mindfulness recargado


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Si pudiésemos sacarnos una fotografía de nuestra psique, desde la revolución industrial a la fecha, el ser humano viene priorizando y valorando cada vez más el hacer por sobre el ser y el estar, el razonar sobre el sentir y el producir por sobre el vincular. La denominada Sociedad del Rendimiento nos ha arrebatado de cuajo el presente y toda su bendición y felicidad. Nos tiene tan ocupados, tan apurados, tan absortos en nuestras preocupaciones, tan engañados en una felicidad que está más allá, que se nos pasa de largo la vida con toda su belleza y profundidad. Sin embargo, a este estilo de vida más propio de occidente, se le suma también nuestra propia construcción relacional donde el ego juega muy malas pasadas. Como sabemos, todos venimos a la vida con una percepción de plenitud y amor incondicional, pero más temprano que tarde, todos, sin excepción, experimentamos la llamada “herida madre” del desamor por la que empezamos a respirar y a caer en vicios como la culpa hacia lo que hicimos o dejamos de hacer en el pasado, o bien la ansiedad o la angustia con lo que podemos hacer o no en el futuro. Una vez más, nuestra mente se escapa de lo único real: el ahora con toda su amplitud de abismos y alturas que cada uno viene a experimentar.



La anestesia actual

A los dos fenómenos anteriores, no podemos dejar de sumar una suerte de dormición generalizada de la capacidad de sentir y conectarse con el presente y su complejidad. Para muchos la pandemia y todos los conflictos sociales, políticos, personales y medio ambientales, son tan agobiantes, que sin darse cuenta han bloqueado el canal emocional y se han anestesiado para no sufrir más. Como salida es efectiva en cuanto a que todo se percibe con muchísima menor intensidad. Las catástrofes, noticias, conflictos, desórdenes pasan como datos en un cerebro acostumbrado a procesar, pero el corazón se va aletargando, rigidizando y endureciendo su capacidad de amar la vida, a los demás y más se asemeja a un robot que a un ser espiritual. Anestesiarse frente a un dolor grande es un tremendo alivio de la ciencia, pero no podemos exagerar. Tal como dice Byung Chul Han en su libro ‘La sociedad paliativa’, es tal el temor al dolor y al sufrimiento, que nos hemos ido arrancando también la capacidad de ser humanos, de amar, de sentir y gustar. Hipotecamos el presente intenso, vivo, real, por una especie de matriz higiénica, indolora, una “vida piloto” para mostrar, pero que no sabe a nada.

Mindfulness recargado

Lo que comúnmente plantean todos los ejercicios y la filosofía de la atención plena tratan de una disciplina mental donde aprendemos a prestar atención de manera consciente a la experiencia del momento presente con interés, curiosidad y aceptación… Este tipo de atención nos permite aprender a relacionarnos de forma directa con aquello que está ocurriendo en nuestra vida, aquí y ahora, en el momento presente. Sin embargo, desde mi mirada quiero ofrecer un “mindfulness recargado en un modo de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con el entorno que posee una riqueza aún mayor y que podemos ordenar bajo tres focos:

  • La capacidad de estar con: se trata de conectarnos con el hemisferio derecho de nuestro cerebro y contemplar la danza de sensaciones que interactúan con nuestro ser en el momento presente, sin dejar que dominen la razón, el análisis o la categorización. Es un “dejarse llevar” confiado, agradecido, gratuito, consciente y amoroso con el otro o lo otro, bajando las defensas, resistencias y fluyendo en una sola unidad. Es sentir y gustar con todos los sentidos despiertos y llenos de asombro los sonidos, los aromas, los colores e imágenes, los sabores y las texturas de lo que estamos experimentando en un tiempo sin tiempo y de pura presencia y eternidad. Pero no solo eso…
  • El gran angular: en ese mismo instante, somos conscientes de que nuestra percepción es mucho más ancha, más honda y larga que lo que percibimos en el inicio de la vivencia. Comenzamos a amplificar la cantidad de sonidos, a percibir los detalles de las imágenes, a deleitarnos con los matices de los aromas y sabores, a palpar la diversidad de texturas y a sentir cómo la VIDA nos atraviesa, haciéndonos parte de su infinita diversidad, algunos hablan de un “sentipensar”. Somos uno sumidos en una inmensidad que danza armónicamente con el universo entero y nos da cuenta de un orden maravilloso que no alcanzamos a entender, pero sí a captar. Y más todavía…
  • Ver lo simbólico: en el momento del aquí y el ahora, no solo nuestra percepción sensorial se expande como en un lente de gran angular, sino que también nuestros sentidos espirituales también comienzan a captar que hay más que no vemos y que sí está presente, aportando belleza, orden y sentido a la realidad. Es percibir lo infinito, en el entramado invisible del amor, de lo que permanece, de la belleza, de lo humano y lo divino, de la energía que sostiene toda la vida y que recorre el tiempo sin apuro ni edad. Es sentir el vórtice o portal con lo eterno, lo que siempre ha sido y siempre será. Vemos con los ojos del alma la presencia de Dios/Amor, aunque no lo podamos siquiera balbucear. En cristiano: Lo sacramental.