José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Migrantes, también al cuidado de los mayores


Compartir

Hay muchos migrantes que cuidan para que las ilusiones de los mayores se sigan convirtiendo, sobre todo, en más esperanza cuando los años pasan. Y que alientan los sueños vividos y los que puedan seguir acariciando con los dedos o la memoria.



Mayores preteridos y, a veces, colocados en no sé qué interminables listas de espera para acceder –los últimos– a los hospitales en medio de la pandemia (¡si hubiera sitio!) o a ser despedidos solos. Rotundamente solos.

En estos días –y en los que nos quedan– en no pocos lugares de aislamiento y en largos tiempos posibles de reflexión ha sido posible caer en la cuenta de “lo esencial”. A no ser que los ‘botellones’ (o similares) inconscientes y dañinos para el bien común, ahoguen esta búsqueda de sentido. La disculpa de recordar a los mayores con motivo del Día de los Abuelos (26 de julio) nos ayuda a reconocer, precisamente en ellos, su vida, que en esta etapa más que nunca les empuja a valorar “lo esencial y a renunciar a lo transitorio”.

Para ayudarlos, abrazarlos y cuidarlos hay mucha gente migrante con ellos. También en la etapa del Covid-19. Por eso se hace imprescindible estar muy cerca, especialmente, con la voz y la acción de las mujeres migrantes. Pensando sobre todo en las que trabajan en el hogar y en el sector de los cuidados y que afrontan esta crisis sanitaria con una especial vulnerabilidad, soportando cargas excesivas y compaginando el cuidado en el domicilio familiar con el plano laboral. Sus tareas son imprescindibles para muchas personas mayores y en situación de dependencia, que en esta emergencia son también un colectivo de alto riesgo.

Vulneraciones sistemáticas

Sin embargo, –como denuncia el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM)– a las vulneraciones que ya venían sufriendo (trabajo sin contrato ni seguridad social, jornadas abusivas, etc.), se añade el hecho de afrontar esta emergencia sanitaria sin medidas higiénicas de prevención, sin ninguna prestación o ayuda económica ante situaciones de despido o reducción de horas de trabajo, ni protección ante situaciones en las que perder el trabajo significa perder también la vivienda, como es el caso de muchas trabajadoras internas.

Casos como el de aquella mujer a quien la familia le ha obligado, bajo amenaza de finalizar el contrato, a cambiar su trabajo de 8 horas al día por quedarse de forma permanente durante el confinamiento, con el correspondiente peligro de salud también para ella y sin compensación económica extraordinaria. O el de aquella otra mujer que cuida a un matrimonio anciano que ha enfermado por coronavirus. Hace unos días ella también empezó a sentir tos y fiebre alta. No tiene papeles. “La están monitoreando desde el ambulatorio por teléfono”, explica. “La familia se lava las manos y no va a visitarlos porque tienen miedo”, cuenta. Hay sindicatos, asociaciones, ONG que lo han denunciado con insistencia. La Asociación de Mujeres Migrantes apunta a que solo 3 de las 400 mujeres de la asociación que hacen de cuidadoras han recibido el permiso de las familias para poder quedarse en su propia casa estos días sin dejar de cobrar.

Y deseo llamar la atención porque este tema no es un asunto solo individual, sino profundamente social. Hay que profesionalizar los cuidados y que se fortalezca con mayores presupuestos la ley de la dependencia. Estamos en tiempo de presupuestos de mucho más carácter social. Los mayores, especialmente dependientes, nos han sostenido y sostienen. Y a muchos de ellos los sostienen personas migrantes. Ayudar a quien ayuda es siempre un buen criterio. No lo olvidemos. Y que las sospechas por el trato discriminatorio en función de la edad para la atención sanitaria en esta –y otras– pandemias no se confirmen para lo peor. Si así fuera y la Justicia no interviniera sería una derrota para los vulnerables –migrantes y ancianos entre otros–. Para todos.

Los migrantes, de manera callada, alientan sueños e ilusiones. Para ellos mismos y para los mayores a quienes atienden. Alientan lo que el poeta Benedetti recuerda:

“Aunque el sol se ponga y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma,

Aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,

Porque esta es la hora y el mejor momento.

Porque no estás solo, porque yo te quiero”.