Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Mapa y territorio


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Claramente, no es lo mismo ver un mapa de un lugar, estudiar las coordenadas y dominar al detalle los puntos de referencia de este, que estar de lleno situado en el territorio mismo, pisando y recorriendo cada icono que el papel nos mostraba con tanta acuciosidad. Ahí no había barro, ni mosquitos, ni ríos que atravesar; tampoco había que hacer esfuerzo por subir o bajar montañas, por atravesar poblados o por mirar el horizonte más allá.



Y eso en la vida misma es una lección que muchos parecen no haber aprobado o que necesitan reforzar, ya que son muchos los que dictan cátedra con demasiada facilidad desde su sala de “mapas” y, a la hora de la verdad, se ven igual o más complicados que los que antes criticaban, aumentando la soberbia general.

Una anécdota universal

Tengo un querido amigo chileno que viene llegando de Colombia y, estando allá, le tocó visitar el corazón más profundo de ese bello país. Fue él quien me regaló la distinción entre un mapa y un territorio, ya que por su experiencia personal, al planificar los viajes a pequeños poblados o caseríos que iba a visitar, en el mapa todo se veía relativamente sencillo y fácil de abordar. 125 km de valles, montañas y, después de selva en un bus, sería pan comido; en una hora y media, en cualquier ruta asfaltada.

Sin embargo, ese pequeño tramo, al conocerlo en vivo, se transformó en una travesía de cinco horas por un camino serpenteado de cuestas, aluviones y cortes inesperados donde hasta había que rezar para llegar y nada de lo dibujado permitió prever la realidad. Esta misma anécdota la podemos sintetizar en el antiguo refrán: “El hombre propone y Dios dispone”, ya que nuestra mente, planificación y hasta el algoritmo más exacto de la vida jamás llegará a la complejidad de lo que somos, de los imprevistos, de las relaciones interpersonales, de las comunicaciones, de las reacciones e interpretaciones, de la naturaleza y su propia entropía y todo lo que nos supera como humanidad.

Es por eso que la suerte de soberbia tan generalizada que hoy reina debe ser drásticamente cuestionada por cada uno de nosotros para ubicarnos en el verdadero lugar que ocupamos en el territorio como seres humanos y en nuestra convivencia habitual.

camino vías de tren

Una anécdota personal

Cuando yo tenía a tres de mis hijos chicos, llegó una profesora recién titulada a darle clases al menor de ellos. Era muy aplicada y buena profesional, pero “más papista que el Papa” en cuanto a estimulación y responsabilidades que debíamos hacer como mamás. Yo dirigía un colegio, tenía a mi hijo mayor con una discapacidad y, la verdad, me movía como un pulpo tratando de cubrir todos los frentes, pero nunca alcanzaba al nivel de perfección que me pedía como apoderada.

Sufrí harto y hasta me culpé como mala mamá, hasta que unos años después me la volví a topar, pero ahora ella era mamá. Avergonzada, me pidió disculpas de los malos ratos que me había hecho pasar, ya que “ahora, con guitarra”, se daba cuenta de lo complejo que era conciliar la teoría con la vida misma; el mapa con el territorio, no eran iguales y había que flexibilizar.

En todo ámbito humano, hoy abundan los que se las “saben todas” y decretan verdades, recetas y consejos sin haber estado nunca en el campo. Para peor, se adueñan del poder y hacen creer a la masa sus opiniones y la manipulan haciendo creer que todo es “sencillo” y fácil cuando no es verdad. Políticos, líderes, jefes, educadores y todos los que ostentan hoy una responsabilidad saben que cambiar culturas es mover un trasatlántico y requiere mucha paciencia, voluntad de todos y creatividad.

Menos cartógrafos; más exploradores

No es lo mismo mover un pincho en un mapa o en una planificación estratégica que realmente avanzar esa distancia en la vida real o permear ese cambio en la gente o en una ciudad. Para poder gestar verdaderas transformaciones en el mundo, quizás algunas pistas en el camino nos pueden ayudar:

  • Cambiar uno para que cambien los demás: puede ser obvio, pero, antes de criticar tanto al resto, propongámonos revisar qué es lo que nosotros podemos mejorar y pongamos todo el empeño en eso. Atravesar nuestro propio territorio ya será una travesía de tono mayor.
  • No hablar ni opinar de lo que no se ha vivido: no multipliquemos más a los charlatanes que hoy abundan en la sociedad. Solo compartamos lo que sí hemos vivido y hagámoslo con sencillez y humildad por si nuestros pasos le sirven a alguien más.
  • Oír a los que saben por experiencia: por algo tenemos dos orejas y una sola boca, dice la lógica sapiensal de nuestro cuerpo cuando se trata de aprender y enseñar. Debemos oír el doble de lo que nos dedicamos a predicar, en especial, a los que conocen de la vida por su edad.
  • Ir sin prisa, pero sin pausa: habrá que tener paciencia para transformar y transformarnos; así opera la vida y nadie la puede apurar. No somos robots y los procesos de cambio toman tiempo, exigen formación, seguimiento y una inversión infinita en amor. No se dictan por decreto; ni siquiera en una constitución.
  • Solo sé que nada sé: es la máxima que nos abre a la capacidad de asombro, aprendizaje y a la complementariedad con los demás. Cada uno es un territorio infinito por descubrir y que está para podernos ayudar. Incluso nosotros mismos somos un iceberg que nunca acabaremos de recorrer y que siempre nos va a sorprender.

Adentrarnos en nuestro propio territorio es la clave para madurar y para ser misericordiosos con los demás; una espiritualidad desde abajo, diría Anselm Grün; un hacernos cargo de la viga en el ojo propio, soltando la paja en el ojo ajeno, diría Jesús. Hemos de soltar los mapas perfectos y estiraditos del marketing barato y engañoso que hoy impera en la sociedad y darnos cuenta de que la vida misma es mucho más compleja cuando se está en tierra con los bototos puestos y debes hacer camino al andar.