Luces y sombras de la sanidad española


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He trabajado en hospitales públicos toda mi vida profesional, desde que inicié la residencia, en 1989. Fui estudiante de medicina en un hospital público, el Clínico de Zaragoza, donde ahora soy médico adjunto y donde espero jubilarme. Aragón, Cataluña, Castilla la Mancha, Navarra, de nuevo Aragón. Una trayectoria larga e intensa, que me ha permitido conocer desde la primera línea numerosos hospitales en diversas ciudades y pueblos de nuestro país.



He podido aprender mucho, tanto en nuestro país como en otros: he trabajado como médico durante periodos cortos en Honduras y algunos países del África subsahariana (Sierra Leona, Zambia y Uganda; en este país en varias ocasiones y en dos hospitales diferentes). Es obvio que no pueden establecerse comparaciones entre nuestra sanidad y la de los países del tercer mundo; de hecho, cuando entro cada día en mi actual hospital y recorro sus pasillos, recuerdo a menudo los hospitales que he conocido en esos países; tardarán décadas o siglos en acercarse a los estándares que aquí poseemos.

No la valoramos

Nos hemos acostumbrado a una atención sanitaria que resulta gratuita en el punto de atención (sin embargo, muchos la pagamos cada mes con nuestros impuestos), y que parece no tener límites, aun cuando los tiene. La realidad es que no conocemos su precio, y mucho menos apreciamos su valor. Cada paciente que ingresa tiene ropa de cama limpia cada día o cada hora si se ensucia, comida, medicamentos de todo tipo; casi todos los que están comercializados, con escasas excepciones.

En el proceso diagnóstico, puedo solicitar exploraciones complementarias con pocas cortapisas, desde sencillos análisis de sangre a determinaciones complejas, que se realizan en pocos laboratorios del país; en ese caso, tengo que justificar el motivo de requerirlas, pero no suele haber problemas para enviar las muestras.

Avances técnicos

Tengo a mi alcance pruebas de imagen que no existían cuando yo era estudiante de medicina, cuando ejercíamos con radiografías (entonces placas de rayos X, ahora todo digitalizado) y ecografías. Luego llegó el TAC o scanner, durante mi periodo de residencia. Recuerdo que en Barcelona había pocos aparatos, en aquel entonces en hospitales privados, y los residentes acompañábamos durante nuestras guardias a los pacientes en ambulancia, de madrugada.

Más tarde llegó la resonancia, que da imágenes mucho más detalladas; después, el PET-TAC, técnicas de medicina nuclear, exploraciones endoscópicas, que nos permiten acceder a las cavidades corporales de forma incruenta.

Médico general

Aumentan los costes

Todos estos progresos, en el diagnóstico y tratamiento, han encarecido de forma extraordinaria los costes. También ha colaborado en gran medida el envejecimiento de la población, que he vivido en primera persona en el día a día de mi práctica profesional. En ocasiones, casi todos los pacientes del pabellón donde trabajo, con 32 camas, tienen más de 80 años.

La sanidad pública española es envidiable y admirada en no pocos países, si bien resulta muy cara y sobrevive a expensas de una deuda pública desenfrenada. También se apoya en el esfuerzo y profesionalidad de sus trabajadores, en especial de los médicos, que sin embargo carecen de capacidad de decisión y planificación. Esta es una perversión que no es el momento de analizar, y que se decidió, planificó y gestó en el primer gabinete socialista, a partir de 1983.

Durante la pandemia

Nuestro sistema sanitario mostró sus limitaciones y disfunciones de forma aguda durante la pandemia, y las muestra de forma cotidiana en las demoras y listas de espera, en las salas de urgencias, en la frustración y ‘bornout’ de no pocos trabajadores sanitarios, de nuevo los médicos el colectivo más afectado; en especial en la asistencia primaria, base y puerta de entrada principal a la sanidad.

Quizás se trate de un gigante con pies de barro. En no pocas ocasiones tengo esa impresión cuando abandono el hospital, para comenzar el trabajo a la mañana siguiente con una oración que me dé ánimos para ayudar a mis semejantes como médico y así ganarme la vida, tal como he hecho en los últimos 35 años.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, los trabajadores sanitarios: los médicos y enfermeras son el corazón de una sociedad, tal como los sacerdotes y religiosas son su alma. Recen también por nuestro país y nuestro mundo.