Los méritos de la revolución sexual y la Iglesia


Compartir

Admitámoslo: la publicación de las reflexiones de Benedicto XVI sobre el escándalo de la pedofilia, un problema al que dedicó mucho tiempo como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha enmarañado la ya complicada coyuntura que afronta su sucesor. ¿Son una ayuda o una manera, tal vez inconsciente, de hacer entender a todos que el Papa solo no puede afrontarlo? ¿Fue un texto realmente escritos por él, un hombre muy anciano? Estas son las primeras preguntas que surgen al adentrarse en las páginas, profusas en pensamientos y recuerdos personales, que por su estilo confirman que el antiguo profesor Joseph Ratzinger es el autor.

De manera ordenada, el artículo se divide en tres partes: la primera describe el contexto histórico, es decir, la revolución sexual, en la que el escándalo de la pedofilia ha adquirido las dimensiones preocupantes que ahora conocemos. El segundo es un análisis duro sobre la incapacidad demostrada por la Iglesia para responder a este cambio. El tercero se centra en las posibilidades de salir de la crisis.

El tono es sincero, y el Papa emérito no teme denunciar la decadencia en la formación de los seminarios, la crisis de la moral que reemplaza la idea del bien y el mal con la posibilidad de elegir en cada momento momento y según las circunstancias qué es relativamente mejor. Benedicto XVI recuerda cómo en los años sesenta en muchos espacios se aceptó y defendió la pedofilia, y cómo estas ideas entraron en la cultura católica disfrazadas como “sentir conciliar”. A esto Ratzinger también atribuye también la dificultad mostrada por las autoridades eclesiales para juzgar a los pedófilos internamente: habría sido un exceso de garantismo a proteger a los culpables y no, como siempre se ha denunciado, el intento de salvar a la institución y, por lo tanto, el propio poder.

La vía de salida que el Papa emérito sugiere sería entonces considerar como un bien que hace falta defender y garantizar la fe, la más perjudicada por los actos de los pedófilos. En consecuencia, la salvación de la Iglesia solo puede provenir de aquellos que todavía viven en ella para entregar su vida al bien, de aquellos que se mueven por una fe auténtica y no consideran a la institución solo como un aparato político.

El análisis de Benedicto XVI toca puntos centrales: es cierto que la Iglesia nunca ha hecho las cuentas con la revolución sexual y, sobre todo, con la sexualidad masculina, y es cierto que este silencio ha favorecido los focos de perversión. Pero también debemos recordar que justamente gracias a la revolución sexual, que ha permitido hablar públicamente sobre el sexo sin ser juzgados negativamente, las víctimas pudieron denunciar los abusos y encontraron el valor para hacer oír su voz. Y debe añadirse que el movimiento de las mujeres, dentro de la revolución sexual, ha conseguido que la violación se considerara un crimen contra la persona y no contra la moral, haciendo del consentimiento una condición indispensable.

En la nueva moral que nació, y que ciertamente lleva la marca del relativismo, hay espacio para la palabra de las víctimas, y esto debe tenerse en cuenta. Ciertamente, es imposible no estar de acuerdo con el Papa emérito cuando dice que solo el mensaje cristiano, con el regreso a una Iglesia inspirada por una fe sincera, ya practicada por muchos todos los días, puede ofrecer un renacimiento después de esta terrible crisis. Porque no es suficiente establecer normas más estrictas si no hay la conversión de los corazones.