Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Lo identitario en lo cristiano


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La semana pasada ya hablé sobre las políticas de identidad y los tres problemas que generan. Buscar la propia identidad es muy habitual en esta sociedad en la que nos encontramos. Desgraciadamente, a mi modo de ver, se incide demasiado en lo que nos diferencia de los otros, en lo que nos hace distintos y esto lleva implícito, por supuesto, el pensar que lo que me hace distinto me hace mejor. Porque todos creemos que lo que hacemos nosotros o que las opciones que tomamos son las mejores. Por eso lo hacemos y por eso tomamos esas decisiones, porque pensamos que son superiores a otras.



Esta generalización de las políticas de identidad  en nuestra sociedad ha llegado también a los cristianos. Si algo caracteriza nuestra fe es la radicalidad con la que creemos que todos somos iguales, que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Que Dios nos quiere tanto que no necesita que hagamos nada para conseguir su amor: nos lo regala gratuitamente y sin condiciones. Es un amor sobreabundante, que supera cualquier amor humano. Lo reflejó muy bien San Pablo en su carta a los Gálatas (3, 28) “Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno”. La igual dignidad de todas las personas está fundamentada en ese amor que Dios regala y en que todos somos sus hijos.

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Sin embargo, algunos cristianos (creo que gracias a Dios los menos) se empeñan en diferenciarse de los otros. En identificarse como cristianos ante el resto de personas. Al igual que hacen quienes siguen las políticas de identidad, se visten, se comportan y se reafirman constantemente con esa característica ante los demás. Necesitan que todo el mundo sepa lo que son y que vean que son diferentes a los otros, necesitan que cualquiera se de cuenta a la primera que están ante alguien diferente. Van más allá de no esconder su identidad, para hacer una constante exhibición de ella.

Simplificación

Esto nos puede llevar a los mismos problemas de quienes practican las políticas de identidad. La primera es la simplificación, determinar quienes son los buenos cristianos y quienes los malos. Es decir, fijar qué características tienen quienes son cristianos de verdad y quienes no pueden ser llamados así. Parece evidente que normalmente estas características se asemejan a las que tienen ellos mismos.

Pero, en segundo lugar, los ponen por encima del resto de las personas. No solo del resto de los cristianos que no tienen las mismas características que ellos, sino de aquellos que no son cristianos y que, o bien creen en otras religiones, o bien no creen en ninguna. La igualdad propia del cristianismo se difumina y creen que hay dos tipos de personas, los cristianos verdaderos y quienes no lo son. Esto les hace mostrarse prepotentes y poseedores de la verdad. Ya no ven al otro como un igual, como un hermano,  como imagen de Dios, sino como alguien inferior que no ha llegado a la verdad como ellos mismos.