Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Llamada a la perfección y llamada a la Realidad


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Me gusta cómo queda en el título. En “Llamada a la perfección”, la mayúscula está en la vocación. En “llamada a la Realidad”, en algo diferente a la llamada. El toque personal, ese mensaje dirigido y vivido por cada uno en su singularidad, es Mayúsculo siempre. No deberíamos olvidarlo, ni relajarlo. Conservar la tensión es seguir en comunicación y contacto. Afirmar, no negarnos.



Sin embargo, descubrimos muy tempranamente, que ni toda gira a nuestro alrededor, ni la perfección es algo que sepamos explicar. Más aún cuando se nos invita, una y otra vez, a diseñar proyectos, a pensar horizontes, a crear programaciones. Nuestra exigencia, en no pocos momentos, se vuelve contra nosotros para quemar raíces o salar campos arados. Nada crecerá después.

Cambiemos el foco, si es posible. Hagamos reflexión sobre lo vivido. ¿No es parte de la vocación conceder vocación a otros? ¿No se trata siempre, en gran medida, de descubrir el don personal y, al mismo tiempo, sorprenderse por otros dones y agradecer otros dones? ¿No hay en toda vocación de Dios, movida por el Espíritu, una línea que nos dirige a la comunidad, al mundo, a la Iglesia? Es más, ¿no es desprovisto de raíz inmediata el Carisma que no enlaza con otros?

Cambiar la realidad

Una llamada a la perfección, de algún modo, toda persona la vive. Como comparto día a día entre adolescentes, noto que es una época que todavía, pese a la decadencia de su entrega y compromiso, la identificación con una utopía está siempre presente. Se enganchan a ciertas propuestas, capaces de transformar el mundo. Su ajuste con la realidad es siempre doloroso. Están saliendo del mundo que se han forjado en el interior, en su historia, y lo que hay. No pocos creen y confían en cambiar la realidad. La vocación a lo divino se emparenta con este tiempo, casi de forma natural. Es el momento de las grandes decisiones y de forjar estructuras personales.

Me pregunto, en qué medida Llamada y Realidad pueden darse la mano. Vivirse personalmente Llamado a algo, especialmente Convocado y Reunido, es muy de nuestro tiempo. Pensamos la Llamada como algo individual e íntimo, como en un rincón de una habitación o en un instante de retiro a solas con un libro. Sin embargo, se trata más de Convocación y de Reunión que de todo lo demás, de Espacios Abiertos y de Acogida en los que Tener Parte. En gran medida, al principio, para ser curado, lavado y atendido. En gran medida, la Fraternidad nace de Ser Cuidado y Atendido, que de ponerse manos a la obra. La familia, cualquier familia minúscula, sabe lo que es acoger la vida y hacerse responsable de ella, pensar más en otro que en sí, tener que estar por bien del otro, querer ofrecer lo mejor que se tiene, desear lo bueno.

Entiendo que los discursos hoy, tan personalistas e intimistas, nacen de no saber qué ofrecer y de una gran prudencia. Pero están ahí. Mientras las instituciones que necesitan Vida no tengan mucho que ofrecer, la vocación seguirá siendo algo de Perfección y poco de Realidad. La Realidad, sin embargo, será lo más cotidiano y diario. Lo Perfecto, y vaya usted a saber qué es, se esconde fácilmente en las alfombras de una eternidad minúscula, y en ella encuentra autojustificación, en lo escondido frente a lo aparente.

La Iglesia tiene un gran horizonte abierto, por resolver. La disyuntiva entre la Llamada a la Perfección de unos, con su estamento, y la Llamada a la Realidad de otros, con su día a día por resolver, y no digamos su futuro y el de sus familias.