José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Las lágrimas del Papa, las lágrimas de Dios


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Los seres humanos tendemos a antropomorfizar a las divinidades. Al no poderlas ver, y tocar, las imaginamos como nosotros, con nuestros vicios y virtudes, nuestras tristezas y alegrías. El pueblo judío visualizó a Yahvé como alguien guerrero y vengador, pero Jesús nos los presentó como un padre misericordioso.



El ejercicio, entonces, es riesgoso, pues lo mismo le atribuimos a Dios características provocadoras de miedo, que cualidades invitadoras a la tranquilidad.

Si nos lo figuramos como un policía o un juez, estaremos con la preocupación de ser sorprendidos en algún delito y, en consecuencia, de ser condenados al infierno. Si, por el contrario, lo representamos como un padre bondadoso, sentiremos su calidez y cercanía en nuestros momentos de aflicción.

La foto del papa Francisco llorando por la invasión rusa a Ucrania, que ya se ha prolongado 10 meses, y que ha cobrado la vida de 40 mil personas, me remitió de inmediato a las lágrimas de Dios, que también se lamenta por lo sucedido en aquel país.

El llanto de Bergoglio, impensable en los grandes líderes de este mundo -¿alguien ha visto llorar a Putin, a Trump?-, manifiesta no debilidad sino fortaleza, no cobardía, más bien reciedumbre. Llora quien tiene un corazón que ama, que es empático con quien sufre, que predica con sus sentimientos y no sólo con sus pensamientos

Francisco de Roma derramó lágrimas de frustración, de coraje, de rabia, por no haber conseguido, todavía, convencer a los poderosos del planeta, por no lograr influir en el necesario cese de hostilidades en aquella región, por no poder ofrecer a la imagen de la Inmaculada un acuerdo de paz entre esas naciones.

Llorar, entonces, que es propio de varones y mujeres -no es exclusivo de ellas- … también lo es de Dios.

En efecto. Él rompe en un llanto de desesperación al ver a sus hijos cegando vidas sin más sentido que el de la ambición económica, al presenciar -como alguien dijo- a jóvenes que no se conocen y no se odian, pero se matan, enviados a la guerra por viejos que sí se conocen, sí se odian, pero que no se quitan la vida.

Dios solloza ante una humanidad que no aprende, que no salió renovada de la pandemia, que sigue repitiendo errores del pasado, que busca aniquilarse en vez de salvarse.

Pero, sobre todo, gime al vernos de brazos cruzados, indolentes ante el sufrimiento, prestos para las fiestas navideñas, pero incapaces de, al menos, elevar una oración por el masacrado pueblo ucraniano. Ojalá enjuguemos los ojos de Dios con el pañuelo de nuestra solidaridad.

Pro-vocación

El evangelio de hoy nos dice que a Jesús se le reconoce curando enfermos y anunciando a los pobres la buena noticia. ¿Y a nosotros, sus seguidores? ¿Cómo se nos ubica? ¿Porque vamos a misa los domingos -o la seguimos cómodamente en la compu a raíz de la pandemia-? ¿Porque traemos colgada alguna medallita de la Virgen o un crucifijo? ¿Por qué rezamos el rosario cada vez que tenemos alguna necesidad?