Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

La solución a la corrupción la tienen mis cuñados


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Vivimos tiempos en los que suceden cosas que hasta hace poco parecían imposibles. Una pandemia mundial, una guerra en el seno de Europa, un nuevo holocausto ejecutado por personas de un pueblo que también lo sufrió, un presidente de Estados Unidos con claros tintes dictatoriales y antidemocráticos… Y ahora, una nueva oleada de corrupción política de dimensiones descomunales, según se va sabiendo.



¿Qué nos pasa a la humanidad? Porque, todas esas “sorpresas”, en gran parte, son evitables y consecuencia de las decisiones de personas con nombre y apellidos. Qué torpeza la nuestra. No aprendemos.

En el caso más cercano, ¿cómo es posible que haya líderes políticos que delincan de esa manera creyéndose que quedará todo impune y no acabará sabiéndose? Se ve que se cumple aquello de que, “donde hay humanidad, hay miseria”.

En cualquier caso, el reto sigue siendo encontrar los mecanismos para que la lacra de la corrupción no vuelva a darse una y otra vez.
Y creo tener la solución. Pasa… por mis cuñados.

Los cuñados anticorrupción

Bien sabemos que la figura de los “cuñados” tiene muchas aristas y no siempre positivas. El “cuñadismo”, a menudo se identifica con la costumbre de hablar de lo que no se sabe, de tener “soluciones para todo”, de meterse donde no te llaman.

Puede ser; pero la experiencia que yo tengo es otra. Quizá también en esto sea un privilegiado. Porque mis cuñados –cada cual con su carácter y sus cosas, “como todo hijo de vecino”– son, sencillamente, personas en las que puedo confiar a pies juntillas y con las que puedo contar para cualquier empresa “difícil”. Y eso, no es tan habitual.

Pues bien, además de ese privilegio, creo que he encontrado en mis cuñados la fórmula anticorrupción perfecta. Que no es otra que el contar con personas de tu confianza que no dejen nunca que te enfangues y te metas donde no debes.

Verano. Lanzarse al agua. Jóvenes

Mis cuñados son así. Estoy seguro de que, si en mi humilde transitar político percibiesen que estoy tomando actitudes y comportamientos feos, ilegales, deshonestos… Me lo dirían. Y harían todo lo que estuviera en su mano para evitarlo. Y, como compartimos militancia política, si fuera el caso también lo haría yo con ellos.

Y es que, desde hace mucho tiempo vengo intuyendo que el “control” comunitario, los sistemas de acompañamiento colectivo a los liderazgos personales, las prácticas de corrección fraterna desinteresada y constructiva, son –junto con la imprescindible honestidad personal y el cultivo de una ética profunda y coherente– las únicas que pueden conjurar la tentación del autoendiosamiento y el creerse que uno está “por encima del bien y del mal”. Vías que encaminan con facilidad a la corrupción política.

En mi caso, estoy rodeado de varias personas que juegan ese papel. Entre ellos, mis benditos cuñados.

Por ellos, y por todos/as los/as que ellos representan, va hoy mi artículo. Y mi brindis, que también es parte de esa rutina anti-corrupción entre cuñados…