La simplicidad es auténtica


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Hace tan solo un mes que vivimos la experiencia del Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé en Madrid. Algunos blogs, de los que se piensan que guardan las esencias eternas de la autenticidad cristiana, criticaron el evento, incluso dijeron que Madrid había convertido las iglesias en “otras cosas”, acompañando el texto con una imagen (creo que, de la parroquia de san Agustín, de Madrid) porque habían puesto unas telas de color amarillo y azafrán delante del altar y unos cuencos con velas.

La estética de Taizé es la simplicidad. Los que critican las telas, o las velas en entramados de hierros oxidados, los iconos, los olivos, y la luz de la puesta en escena, en el pabellón 4 de IFEMA, están anclados en la ignorancia inamovible del pasado. Como dice un amigo, pueden saber mucho de religión, pero poco de Evangelio. La arquitectura efímera bebe de las fuentes más actuales de lo estético, del “menos es suficiente” de Pier Vittorio Aureli, en busca del ascetismo de los primeros cristianos y del monacato.

Y es que, mantenerse o volver a la parafernalia barroca y al rococó del pasado, como algunos intentan, es perder el paso y responder a los anhelos de hoy con estéticas trasnochadamente operísticas, además de hacer comulgar, al pobre Dios, que tanto se deja hacer, con ruedas de molino. Siempre me han parecido las puntillas demasiado femeninas para las ropas litúrgicas, influencias principescas, para los que debemos vivir y vestir en simplicidad, aún más en la celebración, que es para todos y en la que todos se deben sentir en casa.

Taizé es encuentro, es comunión, pero sobre todo auténtica simplicidad ecuménica. Quince mil jóvenes en oración llenaban el pabellón hace tan solo un mes, la mayoría católicos, también, por lo que sé, agnósticos en búsqueda. Entre muchas nacionalidades, incluso extra europeas, se palpaba tanto la unidad en la diferencia como la acogida al diferenciado. Las antífonas, con esa cadencia suavemente repetida, la Palabra de Dios, los silencios, las palabras, medidas y al corazón, del hermano Aloïs, las preguntas y la postración adoradora ante el icono de la Cruz, hacían un conjunto difícilmente de superar. Muchos de aquellos jóvenes volvían llorando de emoción, sin duda, el corazón les había sido tocado. Solo Dios sabe por qué.

Y después, la solidaridad, los diálogos, las preguntas, las fiestas, la algarada, las acogidas en familia, las catequesis, la frugal comida, las oraciones en las parroquias… Un ritmo frenético que, de la madrugada a la noche, no les quitaba la sonrisa de la boca. Hay otra manera de vivir y cada cosa, no se puede separar del todo, forma un conjunto. Aprendamos unos de otros para seguir caminando.

¡Ánimo y adelante!