La salud espiritual en tiempo de pandemia


Compartir

En muchos momentos Jesús pregunta a quienes se acercan a él ¿Qué quieres? O, en plural, ¿Qué quieren? Con esa pregunta encara a los discípulos de Juan el Bautista que lo siguen por el camino y también, con esa misma pregunta, interpela al ciego que grita: “¡ten compasión de mí!”.



El Maestro no da por supuesta ninguna respuesta, y si acaso ya la conoce no dice conocerla, sino que anima a sus interlocutores a buscar la respuesta por sí mismos y a expresarla claramente. Su pregunta más que parecerse a la del profesor que examina al alumno para que queden claro sus conocimientos o su ignorancia, se asemeja a la del padre o la madre que animan al hijo a expresarse, a decir sinceramente lo que siente, lo que necesita, o aquello que se agita en su corazón.

No es fácil responder con sinceridad qué queremos. ¿Dónde se busca la respuesta a esa pregunta sino en el fondo del alma, en los lugares más secretos, allí donde a veces ni nosotros mismos nos atrevemos a llegar y menos aún a preguntarnos de verdad sobre lo que en ese sitio palpita, ya sea como la forma de una angustia, o de un sueño, una duda o una esperanza? ¿Qué queremos? Muchas veces no es fácil responder a esa pregunta. Debemos reconocer que en demasiadas ocasiones no lo sabemos. Pero Jesús, como todo el que nos ama de verdad, nos anima a responder. Confía en nosotros. Conoce muy bien lo que hay en el fondo de nuestro corazón y quiere que nosotros también lo conozcamos.

La “nueva normalidad”

Para eso nos pregunta, para animarnos a descubrir lo que nos cuesta aceptar que está ahí, y lo que nos cuesta aceptar no son tanto nuestras limitaciones y oscuridades, sino más bien nuestras posibilidades, riquezas y ocultos tesoros. Nos cuesta verlos porque descubrirlos nos compromete. Es más fácil ser un mendigo que pide compasión sentado al borde del camino que un hombre de pie diciendo: “Señor, ¡que vea!”; es más fácil seguir a Jesús a la distancia que decir: “Maestro ¿dónde vives?”. La vida de aquel ciego que se atrevió a decir lo que quería ya nunca será la misma, la vida de aquellos discípulos del Bautista cambiará para siempre.

En estos tiempos de pandemia, nuestra salud espiritual depende de la respuesta que seamos capaces de dar a la pregunta ¿qué queremos? ¿Solo queremos que se acabe esta pesadilla?, ¿para qué? ¿Para volver a ser ciegos que piden limosna en iglesias cada día más desiertas o seguidores de Jesús a distancia, sin compromisos que cambien las cosas que ya estamos repitiendo desde hace tiempo? ¿La “nueva normalidad” es eso, aquella vieja, muy vieja y perezosa “normalidad” de cristianos “con cara de vinagre” como dice Francisco? ¿Servirá todo este dolor y estas muertes para que renunciemos a nuestra “normalidad” y nos atrevamos a preguntarnos de verdad qué queremos? ¿seremos capaces de decir “¡quiero ver!”? ¿Nos atreveremos a preguntar al Maestro dónde vive y acompañarlo hasta ahí? Aquel ciego “lo siguió por el camino” y los del Bautista “lo dejaron todo”. A eso nos exponemos al decir al Maestro lo que queremos.

Una religiosidad perezosa

¿Además de estar preocupados por nuestra salud física y psicológica estamos atentos a nuestra salud espiritual? Para proteger la salud física hay que tomar todas las precauciones que ya conocemos; para cuidar nuestra salud psíquica no hemos recibido mucha información y sería urgente que esa ayuda llegara pronto; pero aún está pendiente la otra dimensión de todo ser humano: ¿qué estamos haciendo por nuestra salud espiritual? ¿Es suficiente reclamar que se abran las iglesias y podamos “ir a misa, confesarnos y comulgar”? ¿Eso es todo?

 Es doloroso observar cómo ante esta dolorosa situación han aparecido quienes se han querido aprovechar de lo que ocurre, ya sea políticamente o también “pastoralmente”. En el primer caso, aprovechando las ventajas que ofrecen los pueblos atemorizados, se pretenden avances sobre las libertades personales y, en el segundo, se observa una lamentable tendencia a volver a prácticas religiosas arraigadas en el miedo y la culpa. ¿Esas serán las “nuevas normalidades”?

 ¿Seremos capaces de superar una religiosidad perezosa y llena de manías litúrgicas o ideológicas, para avanzar hacia una búsqueda de Dios ardiente y apasionada? Nuestra salud espiritual está relacionada con lo que hacemos con nuestra espiritualidad, lo que hacemos con nuestras inquietudes más profundas y verdaderas, con aquello que San Agustín expresa diciendo: “nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones estarán inquietos hasta que descansen en ti.” O con lo que San Juan de la Cruz dice en su inolvidable canto: “En una noche oscura, en ansias de amores inflamada”.

Quizás sea el momento indicado para atreverse a responder a la pregunta de Jesús que nos interpela con fuerza: “¡¿qué quieren?!”. Quizás sea el momento de decirnos, y decirle, con sinceridad, que necesitamos una nueva manera de vivir la fe, que queremos ver, que queremos saber dónde vive en nuestro tiempo el Maestro de Galilea.