Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La Reina no baila sola


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Las lecturas del funeral del Príncipe Felipe de Edimburgo el sábado 17 de abril de 2021 comenzaron con un inspirador texto del Eclesiastés: “Mira el arco iris y bendice a su Creador. Cuando lo tensa la mano poderosa de Dios, abarca el horizonte con su esplendor”. La fotografía de la ceremonia que quedará para la historia es la de la reina de Inglaterra sentada sola en un banco de la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor.



Reina de un reino de 16 estados, Reina de Canadá, Reina de Australia, Jefa de la Commonwealth, gobernadora suprema de la Iglesia anglicana, patrona de seiscientas organizaciones benéficas, foco central de la prensa del corazón, protagonista de series y películas, titular de una considerable fortuna y, sin embargo, con un corazón que se rompe igual que el de cualquiera y frente a la muerte no puede contraponer ninguna defensa.


La prensa ha resaltado principalmente la soledad de la reina, sentada por motivos de seguridad sanitaria en un asiento aislado, para evitar los contagios de la pandemia de Covid19, pero es también el final de una época. La fotografía ha resultado simbólica al haber declarado en diversas ocasiones que su marido era su refugio y su roca frente a las duras adversidades que como reina y madre ha afrontado a través de su larga vida.

Sin embargo, la reina no estaba sola. Durante la despedida final a quien fue su marido durante 73 años, sujetaba secretamente entre sus manos una fotografía de sus primeros años de matrimonio en Malta, el período más feliz de su vida, antes de que tuviera que asumir el trono más importante del mundo.

La fotografía

En esa fotografía que sujetaba la reina, hay algo del ‘Rosebud’ de Ciudadano Kane –esa bola en la que Kane contemplaba un trineo de su infancia con el que no pudo jugar–. En la foto de Malta todo podía ser todavía, no habían tenido que asumir la responsabilidad de ser totalmente adultos y hacerse cargo del reino. En esa foto quedó fijada la inocencia, el anhelo, lo más esencial del vínculo de amor entre Isabel y Felipe que posteriormente iba a verse agitado por turbulentos episodios políticos, familiares y otros pertenecientes a la intimidad e la pareja.

Después de Malta lo tuvo todo, pero la gente pudo saber en la vida de esa reina que la felicidad no se puede comprar y el dolor atraviesa incluso los castillos de muros más fortificados. Los graves dramas familiares no han podido ser conjurados y al final del día, a lo que ella se sujeta es esa fotografía de juventud. Me pregunto, ¿cuál es la foto de familia que sostendríamos nosotros?

Duque Edimburgo, Felipe, marido de Isabel II

La reina sujeta a esa foto para afrontar el último adiós a su compañero de viaje en la vida, nos hace preguntarnos por lo esencial. Sin duda la reina ha tenido decenas de miles de relaciones con personas del máximo nivel hasta el más sencillo, todas las elites han pasado ante ella, pero los vínculos constitutivos de nuestras vidas siguen anclados en nuestra más íntima familiaridad.

El arco iris que cubre el viaje de nuestra vida tiene los colores de esos vínculos esenciales en nuestra historia, los que dan forma a nuestra vida profunda.

Pese a los millares de distracciones, a las batientes del día a día, las presiones del trabajo, la voracidad de relaciones o los deslumbramientos del poder y la reputación, al final del arco iris, en el horizonte final de nuestra vida buscaremos esa fotografía de los vínculos esenciales y como náufragos atravesando sobre la nada, nos asimos a ella. La reina Isabel II amó y por eso la reina no baila sola.