La pedagogía del amor (despedida)


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Cuantos mayores problemas tenga la sociedad, y dentro de ella nosotros los cristianos y católicos, más fuerte debe ser la opción comunitaria. Esto lo sabía bien Teresa de Jesús, en aquellos tiempos recios que le tocó vivir. ¡Y bien sabe Dios y la historia que no se quedó parada! Y ahora en nuestra tierra, con nuestras gentes, es el camino por el que debemos apostar cada una de nuestras vidas.



 Voy a hablar del año 1660 cuando, aquel 24 de junio, llegaron a nuestra ciudad un pequeño grupo de carmelitas desde el convento de Santa Teresa de Zaragoza. Fue el obispo de Teruel, Don Diego Chueca, quien hizo la petición al que fue su antecesor en esta diócesis y por entonces arzobispo de Zaragoza.

Seguro que en los libros del archivo de la comunidad se inscribieron el nombre de aquellas madres que vinieron entonces con un hatillo, a unas casas habilitadas cerca de donde hoy está vuestro convento. Desde entonces, durante 360 años, se ha mantenido este palomarcico teresiano para dar vida en abundancia a nuestra ciudad y a todos los que se han acercado a él. Hoy son las madres María Josefa, Eloísa, María Jesús, Carmen, Josefina y Teresa, la priora, las que tienen que marchar. Casi todas de esta tierra y ya con una edad de matriarcas bíblicas. Y lo digo no solo en el sentido de la edad, sino también de la sabiduría y del hacer de Dios.

A mi ahora se me rompe el corazón, amadas hermanas, al tener que despediros. En silencio, sin alharacas, sin reconocimientos públicos, pero muchos, muchos, personales. Las rejas, que significaban separación de vida, pero no de corazones, filtraban los acontecimientos, los diálogos íntimos y las oraciones. Viajes de ida y vuelta, pues “como haya uno o dos que sin temor sigan lo mejor, luego torna el Señor a ganar lo perdido”, decía la Santa en su Camino de Perfección, 21,9.

Nos dejáis mucho, hermanas, mucha amistad, mucha oración, mucho trabajo, muchas celebraciones, muchos diálogos, muchos encuentros, mucha contemplación y sabiduría, sonrisas de plenitud, silencios habitados y mucha vida, que ahora nos deja la sensación de un vacío intenso. Y con vuestra partida, tenemos que ser realistas, se desmorona un poco más el edificio vivo de nuestra iglesia diocesana.

Pero nos habéis enseñado lo más grande, a seguir la pedagogía del amor, como lo aprendisteis del libro, antes citado, de vuestra Madre, para mantener la paz del corazón: primero guardemos el amor entre unos y otros, después el desapego de todo, y en último lugar, aunque sea la más importante, la humildad que abraza a todas. (Cf 4,4)

Teruel llora. Ayer 21 de noviembre partisteis a una comunidad más joven, aquí cerca, en la población valenciana de Puzol, pero sabemos que vuestro corazón se ha quedado entre nosotros. ¡Animo y adelante!