Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La música contemporánea de las Esclavas de la Eucaristía


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La Esclavas de la Stma. Eucaristía y de la Madre de Dios, fundadas por la Madre Trinidad Carreras, han celebrado su centenario. Desde 1925, han recorrido estos cien años dedicadas con suma sencillez a la vida de adoración, el servicio a los pobres y la educación en cuatro continentes. Las doscientas religiosas han entregado humildemente todo el don y tiempo de su vida en las entrañas de la sociedad, creando fraternidad, espiritualidad y cultura, con innumerables frutos en la vida de las personas y comunidades en que se han encarnado.



Una congregación contemporánea

Con motivo de su celebración han encargado un regalo a la cultura: un miserere y cuatro composiciones de música contemporánea, que fueron estrenadas en un concierto en la Basílica de la Milagrosa en Madrid el pasado 2 de mayo. La calidad de la música fue muy impresionante, pero todavía ame dejó más admirado que una congregación religiosa tan humilde haya tenido la visión de dedicar fuerzas a patrocinar una obra de música contemporánea.

Fácilmente podemos recordar la labor mecenas de la Iglesia con las artes y el extenso patrimonio que en todas las artes ha ido promoviendo hasta la actualidad, especialmente en las disciplinas plásticas como arquitectura, escultura o pintura. Pero a todas luces es excepcional que esta congregación haya tenido la profundidad y valentía de celebrar sus cien años con música clásica contemporánea.

Crear belleza

Hay un hondo mensaje que nos hacen llegar. Del mismo modo que están fecundando la Tierra con su trabajo contemplativo, social y educativo en las raíces, la comunidad de la Eucaristía ―que une religiosas, laicos y familias― expresa que necesitamos impulsar la cultura espiritual, el arte de profundidad, la creación de belleza.

La Internacional Integrista que se extiende para dominar el planeta lo hace porque nuestra sociedad ha perdido el norte de la belleza. El bien se ha reducido a moralismo docente, desconectado de la verdadera moral hipercapitalista que da forma al mundo. Y la verdad ha sido relativizada y caprichosamente manufacturada hasta el extremo de hacerse postverdad. Pero sobre todo la belleza ha sido mercantilizada y frivolizada hasta el punto de que se ha perdido la conexión entre la civilización y el sentir de la gente. La civilización de los Derechos Humanos ha sido desvinculada del corazón del mundo, de las formas de sentir.

La profecía del arte

Persisten los poetas, los pintores, escultores, dramaturgos, compositores y artesanos que siguen consagrando heroica y desinteresadamente su vida a la belleza. Y lo hacen muchas veces en condiciones muy precarias. Pero la sociedad ha perdido capacidad contemplativa, lo sublime está escombrado bajo una montaña de frivolidades, y no cuidamos a nuestros artistas, que son profetas de lo inefable. El problema de la crisis civilizatoria que sufrimos es espiritual y ha llegado porque la estética popular se ha empobrecido.

Desde ahí, el signo que la Comunidad de la Eucaristía ha elevado en su centenario tiene carácter profético. La congregación ha confiado al prestigioso y joven compositor David Ruiz Molina una obra conmemorativa y le ha dejado plena libertad artística. La intuición de la congregación es que la música concierta con tolerancia y armonía todos nuestros instrumentos, voces y tonalidades.

La música hace resonar el fondo de las almas, nos une en comunión, nos eleva juntos a la santidad de la belleza. Y la música nueva nos ayuda a dar nombre a las cosas nuevas que vivimos, es capaz de ponernos en penetrante diálogo con las mociones que hoy están vibrando en el fondo del mundo. La congregación, ya centenaria, ha querido, además, expresarse en un lenguaje contemporáneo, como una realidad del siglo XXI.

Un arco iris de sonidos

El concierto de Madre Trinidad fue un estreno absoluto de cinco creaciones ante un público que reunía a gentes procedentes de México hasta Timor, pasando por Venezuela, Perú, Portugal, Cabo Verde o Angola. El primero fue un miserere a ocho coros e instrumentos. El amplio templo de La Milagrosa estaba completamente lleno. Un coro se situó en la mitad de la Iglesia, al modo de los viejos coros catedralicios. Otro coro cantaba desde la escalinata del presbiterio. Y formando una girola, se ubicaron varias de las voces e instrumentos, cada pareja bajo los distintos arcos del contorno del presbiterio.

La escenografía y posiciones de todas las voces fue impactante, y estructuralmente creó un diálogo de música y espacios en el que el pueblo estaba inmerso. El introito y el epílogo fueron piezas inolvidables porque paulatinamente las voces fueron elevándose y buscándose unas a otras por distintos caminos hasta confluir en lo más alto, con una masa inmensa de volumen capaz de unirnos a todos y levantar nuestras almas hasta el cielo. Son dignas de ser incluidas en las más exigentes antologías de música contemporánea.

Esclavas de la Stma. Eucaristía y de la Madre de Dios

El cuerpo central del ‘Miserere mei Deus’ de Ruiz Molina fue dando voz a los clásicos versículos del Salmo 50. La música no permitía atarse a la barandilla de melodías predecibles, sino que te seduce para abandonarte a ella, dejarte mecer por su oleaje, permitir que lleve tu cuerpo al abismo y lo suba a cimas, que se deleite en las templadas llanuras. La composición fue pulsando las cuerdas interiores de cada persona y del pueblo que formamos.

La inteligente composición desplegó un arco iris de tradiciones que integró sonoridades de la ortodoxia oriental, los coros de madera gregoriana o las campanas del neoclasicismo de las torres que jalonan nuestros paisajes. Sin eclecticismo ni tipismos, sino con una textura totalmente integrada, original y contemporánea.

El programa musical de David Ruiz parece capaz de trenzar dentro de su escultura de tiempo la memoria de los tiempos de la historia, desentrañando en sus circunvoluciones la música del siempre. La obra tuvo que esperar desde el año 2019 en que fue compuesta, pero mereció la espera. Sentí que la alta nave que forma la iglesia de La Milagrosa se ponía a navegar sobre ese mar de música.

La voz de Madre Trinidad en el siglo XXI

Bajo la batuta del director Javier Blanco, la segunda parte del concierto desgranó otras cuatro creaciones de David Ruiz que también eran estrenos absolutos, compuestas en 2024 para dar sonido a las palabras de Madre Trinidad y a su carisma. El Coro Matritum Cantat y el organista Bruno Forst estuvieron a la altura de partituras tan sofisticadas y exigentes.

De nuevo cuatro piezas inteligentes y complejas a las que abandonarse para que puedan crear en el oyente una experiencia envolvente, de movimientos variados, pero sin agitación; texturas muy intensas y coloridas que suscitaban sentimientos de unión y elevación. Quizás muy próximos a la identidad eucarística de la congregación, que es unión y elevación; creación social y educativa de pueblo y adoración.

Esclavas de la Stma. Eucaristía y de la Madre de Dios

La primera pieza breve fue estreno absoluto del ‘Interludio de luz para violín y órgano’, con un fuerte sentido contemplativo de la luz en que vivimos y que da forma a nuestras existencias. En su letra, la Madre Trinidad dice que Dios se hace comprender estrechando al alma contra su corazón. La segunda pieza rodeaba el pilar de la Madre de Dios y fue una exaltación como compañera de camino hasta el cielo. Su título: ‘María, mujer, Madre de Dios’.

La tercera pieza de Ruiz Molina, también de 2024, con el título ‘Santísima Eucaristía’, puso su foco en el pan y el vino sacramentados, y el sagrario como fuente de dicha. Finalmente, la última composición estuvo dedicada a la congregación, con una invocación a Madre Trinidad en la que la comunidad eucarística, unida en amor se entrega a llevar humildemente el fuego del Amor Divino a los niños y familias del mundo. Las piezas fueron muy singulares y sorprendentes, capaces de hacer sonidos nuevos que intrigan y suscitan deseos de buscar.

Aumenta el valor de la obra que su compositor, David Ruiz Molina, forme parte de esta Comunidad de la Eucaristía ya que en sus inicios fue profesor de música en el colegio de la congregación en Madrid, y sus hijas son alumnas. La familia está vinculada a la congregación y eso ha hecho que esta relevante obra haya salido del corazón no solo del compositor, sino de la comunidad que ha creado la espiritualidad de Madre Trinidad, plenamente encarnada en la sociedad y cultura del siglo XXI. Es de justicia agradecer este excepcional regalo que han hecho a la cultura musical de este siglo. La Congregación de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios es música contemporánea y música del siempre.