La muerte de un anciano llamado Francisco


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Se trataba de un hombre de 88 años que había superado hacía poco una neumonía bilateral producida por bacterias. Estuvo en situación crítica durante semanas, con necesidad de aporte de oxígeno a alto flujo, paso previo a la intubación traqueal y conexión a ventilación mecánica invasiva, imagino que descartada por su edad avanzada y sobre todo por las enfermedades respiratorias previas. Sabemos por los comunicados de prensa que superó varias crisis de broncoespasmo y recibió dosis altas de glucocorticoides, nuestros más potentes fármacos antiinflamatorios; muy eficaces, pero con numerosos efectos secundarios.



Por fin le dieron de alta. Las fotos mostraban un anciano en situación de fragilidad extrema, con importantes limitaciones funcionales: dificultades para articular la voz, para decir una frase un poco larga. Incapaz de ponerse en pie o caminar, de movilizarse sin ayuda. Con el aspecto facial que dan los corticoides a dosis altas durante mucho tiempo, la debilidad muscular que se reflejaba en unos brazos casi inmóviles.

Fragilidad

Ese ha sido el aspecto del Papa Francisco durante las últimas semanas, en que ha intentado realizar actividades pastorales a pesar de las evidentes limitaciones que presentaba. Un anciano frágil, que había sobrevivido contra pronóstico la grave infección previa y que, según parece, ha fallecido de una complicación nueva, un ictus.

Este anciano que ha muerto es muy similar a cualquier otro de los que atendemos en las plantas de medicina interna de un hospital general. Traídos a urgencias por sus familiares, en muchos casos procedentes de residencias, dado que sus cuidados no pueden realizarlos la familia en casa, o carecían de ella. Sobreviven a un ingreso, pero fallecen en el siguiente.

Queda el amor dado y recibido

Es la realidad del anciano enfermo, de la vida humana que llega a su fin. La vida se termina, pero queda lo que se ha vivido, luchado, amado, sobre todo amado. Conviene no olvidar que el objetivo de la vida es aprender a amar y ser amado incondicionalmente, y que, ante la muerte, no cuenta la riqueza, ni la posición social o los éxitos que se hayan tenido en la vida. El poder, el prestigio y el dinero, motores durante años, ya no cuentan, sino que queda el amor dado y recibido, para ir así al encuentro de quien creemos que es la fuente del amor, al que llamamos Dios.

Francisco

Los cristianos, pro-seguidores de Jesús de Nazaret, al que confesamos como el Cristo, queremos y creemos que, al pasar al otro lado, no nos juzgarán por los éxitos obtenidos, sino por cuánto hemos ayudado, cuánto hemos amado. Creemos también que el amor es más fuerte que la muerte. La persona amada permanece en nuestra memoria, y su recuerdo puede animarnos a la conversión, es decir, a ser mejores.

Descansen en paz el papa Francisco y todos los fallecidos de estos días. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, por los ancianos, y por este país.