La muerte de la persona joven nos deja sin palabras, silenciosos en el llanto, intentando acompañar y apuntalar al más cercano, padres, esposa… No queda más que rezar pidiendo que el Dios que nos dio a Jesús, y en Él conoció el dolor más extremo, les ayude y nos ayude a llorar con paz al que marchó y consolar a los que quedan.
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En el funeral de un muchacho, hace unos años, viendo a su madre, acudió a mi memoria este versículo de la Biblia: “Llanto y gritos en Ramá, es Raquel que llora a sus hijos, porque ya no existen”.
Rezar de otra manera
Cuando el pesar se aminore, cuando los ritos funerarios hayan concluido y los vivos debamos seguir con nuestros ritmos vitales, habrá que rezar de otra manera, pidiendo otras cosas. Por ejemplo, examinar qué nos deja la persona que marchó, qué nos ha supuesto haberla conocido. Quizás descubrir el amor con ella, la entrega, recorrer un camino para el que no nos sentíamos capaces.
Tal vez, esa parte de camino compartido nos ha hecho mejores, como personas y como cristianos. Será el momento de recapitular, de mirar a nuestro interior y pedir luz para aceptar y continuar. No para entender, porque la muerte de la persona amada forma parte de aquello que, como escribió Sábato, “solo puede expresarse desde la poesía o desde el llanto”.
Con esperanza
Pedir la gracia de experimentar, en palabras atribuidas a monseñor Romero que, “como cristianos, no creemos en la muerte sin resurrección”, aun cuando desconozcamos en qué pueda consistir. La esperanza de que la muerte no tiene la última palabra es uno de los pilares de nuestra fe, y se basa en la experiencia de los primeros seguidores de Jesús, que no encontraron nada suyo en la tumba: la sepultura no era el lugar de encuentro con el resucitado, sino Galilea, donde todo había comenzado.
Así, deberemos seguir caminando a través de la negrura y sin sentido de una muerte prematura, dolorosa en cualquier circunstancia, todavía más si es brusca, traumática, violenta. En su extremo, fruto de la persecución política, de la guerra, del terrorismo, de la injusticia.
Un camino juntos
Deberemos buscar el apoyo de la familia, de los amigos, de aquellos con quienes compartimos fe e historia. En los que nos hemos apoyado ya en otros momentos, con quienes hemos reído en ocasiones, celebrado muchas veces y llorado otras, sufrido juntos.
Ojalá comprendamos que solo de Dios recibimos nuestra esperanza y nuestra fuerza. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.