La misión


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Octubre es el mes misionero, el que dedicamos a orar la situación de las misioneras y misioneros del mundo, así como a pedir al Espíritu que suscite más vocaciones misioneras.

Dicho así casi parece fácil.

Casi.

La información

Los libros, las páginas web, las conferencias o los programas de formación lo aguantan todo. Cualquier tema es susceptible de ser analizado, sintetizado y transmitido. Las técnicas comunicativas incluso permiten dotar al mensaje de una carga emocional que suponga un impacto en la persona que lo recibe.



Pero todo eso se queda corto porque nadie te puede preparar lo suficiente para la Misión, porque las letras y las palabras no pueden sintetizar el sufrimiento que vas a encontrar, tocar y oler; ni siquiera pueden empacar la magnitud del propio dolor que, a buen seguro, se manifestará en el transcurso de la vivencia.

Misionera en Camerún

Y es que si la Misión no duele es probable que deba ser replanteada. Me pregunto mucho al respecto cuando escucho decir: ‘yo soy misionera digital’, porque el dolor dura lo que se tarda en silenciar una notificación o bloquear a un contacto.

Tal vez sería necesario adaptar el nombre de esas experiencias de misión que no tienen repercusión retroactiva, impacto reverso, fidbac o feedback si lo prefieres así. ¿Habría que llamarlo encuentro evangelizador? ¿Unas vacaciones solidarias? ¿Una aventura exótica con toques místicos? No lo sé.

No me refiero al sufrimiento físico, que en ocasiones también lo supone, sino a esa presión que se manifiesta opresivamente en el pecho como respuesta al contexto en el que has sido enviada. Te podrán avisar, preparar o ilustrar, pero un sentimiento no está hecho de información intelectual al uso, al menos en su componente semántica y no fisiológica.

Cuando el corazón explota

Llegar al territorio nuevo, impulsada por el Espíritu o por otra motivación cualquiera, supone enfrentarse a nuevos olores, nuevos colores, nuevos rostros y nuevas actitudes. Y cuando las propias ilusiones y expectativas se entremezclan con la realidad del lugar puede producirse una suerte de reacción alquímica que termine en la explosión del corazón. 

La Misión también son lágrimas. Y soledad. Y angustia. E impotencia. Que resultan ser las mismas cosas que sintió Jesús en Getsemaní (Mt 26, 36ss; Mc 14, 32ss).

Cuando llega el momento de dar cumplimiento a lo que el Espíritu nos susurra toda formación es insuficiente, toda preparación resulta precaria. Hay que hacer un ejercicio activo de fe, de confianza. Porque las personas a quien pretendes ‘ayudar’ te pueden robar, engañar, ignorar, desplazar o excluir. Y eso duele.

No parece que a Jesús le hiciera mucha gracia ser clavado a unos pedazos de madera como quien coloca un objeto de decoración para que sea visible al público. Pero Él sentía que debía dar cumplimiento a una existencia de entrega generosa.

Tenemos una silla

Creo que, aunque la Misión también duele, las emociones pueden llegar a encontrar un asiento sobre el que reposar adecuadamente, sin necesidad de que haya sido fabricado con espinas y alambres que laceran permanentemente. ¿Cómo si no iba a poder explicarse la hermosa cantidad de personas que dan su vida por atender a las demás? 

Que este octubre misionero no olvidemos la angustia y la soledad que sufren aquellas personas a quienes enviamos como comunidad para que sean la cara de la Iglesia en nuestro nombre.

Si conoces a alguna misionera, pregúntale qué tal está. Que sus emociones puedan reposar en un asiento confortable.