Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La Madre de Pródiga, de Charles Mackesy


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El pintor y escultor británico Charles Mackesy (Northumberland, 1962) forjó el pasaje del Hijo Pródigo como su tema más célebre en el conjunto de su obra.

Mackesy reconoce la centralidad del pasaje del Evangelio relativo al padre bueno y el hijo pródigo. Su obra más conocida es una escultura que se encuentra en la iglesia anglicana Holy Trinity, en el corazón de Londres.

Pero el pasaje de Pródigo no es solamente una obra en Mackesy, sino un tema sobre el que ha realizado diversas creaciones. En dichas obras altera los soportes, las técnicas, las figuras o, en este caso, encuentra todo el alcance que entraña la parábola: el padre también es madre, el hijo también es hija.

Algunas veces llamamos al padre de la parábola Bueno y al hijo Pródigo. En este caso, Mackesy extiende la parábola a Buena y Pródiga, cuando quien espera es la madre y la que se separó y derrochó todos sus bienes fue una hija. Mackesy tiene otro cuadro muy similar en el que la que espera es la madre pero quien se fue sigue siendo el hijo, Pródigo. Ambas pinturas parece que han sido creadas en el período 2005-2015.

El hijo pródigo con la madre, pintura de Charles Mackesy

En la ‘Madre con el Hijo Pródigo’, ella abraza al hijo, quien prácticamente cuelga desfallecido de su abrazo. Los brazos del hijo están vencidos, el cuerpo ladeado, las grandes palmas de las manos del hijo tienen el rojo del trabajo y el azul del sufrimiento. Son manos sangradas y machacadas. El resto del cuerpo es amarrillo, un joven agostado, quemado bajo el duro Sol de la mala vida. No vemos su rostro.

El plano que se muestra es el de la madre Buena. Vemos el rostro ya sereno y consolado de Buena, su oreja colorada de emoción. Su sonrisa le enciende las mejillas. Unos grandes párpados abrigan unos ojos capaces de ver hasta el fondo a su hijo. El pelo recogido de una mujer trabajadora y discreta. Los brazos de la madre Buena son grandes, acogen a todo el hijo, lo sostienen exhausto al final de su camino de regreso. Agotado no quizás por la andadura, sino por el corazón cansado, roto y dolorido por lo que ha hecho sufrir a su madre. En cambio, es ella quien lo sostiene y consuela. Llegar al abrazo de la madre es siempre llegar a casa. De la mano derecha de Pródigo parece que caen lo que ayer fueron monedas y hoy son pétalos. Son en realidad los lunares del vestido de su madre.

El escenario del encuentro es un campo florido. Todo el campo tiene la verticalidad del ambas figuras, con los tonos de la vestimenta agostada de Pródigo. Es quizás cereal y momento de la cosecha. La madre que lo abraza es parte de la cosecha, recoger los frutos de la espera. Si el hijo está identificado con la verticalidad de las flores y espigas, la madre es más bien horizonte. El horizonte y el cielo son bandas que llevan los colores de la madre, azules y rosadas, como el vestido y la piel de los brazos de Buena. La madre es horizonte, el hogar es un horizonte de partida y llegada, Alfa y Omega.

La hija pródiga con la madre, pintura de Charles Mackesy

Cuando Mackesy imagina que quien abandonó a sus padres fue la hija, encontramos otra escena, quizás posterior a la primera en la que el abrazo materno no dejaba que el hijo se desplomara al suelo. Aquí, la madre levanta en el aire el cuerpo derrotado de su hija. También los brazos de Pródiga caen y no puede ni sostener su cabeza, que se hunde en el hombro de la madre. Buena sonríe. Vemos cómo de perfil besa a su hija en el pelo. De nuevo, las orejas rojas de emoción. En su codo, hay un corazón rojo, quizás una mancha involuntaria que recuerde las largas estaciones con la cabeza sobre los codos en el alfeizar oteando su hija regresaba ya.

La madre camina con su hija en brazos. El vestido azul de la hija se confunde con el vestido de la madre, de la misma tonalidad. El campo está más sereno que en el primer cuadro y el cielo también se sonroja conmovido, tal como indican sus nubes rosas. Al paso de la madre con su hija en brazos brotan flores. Se confunden con las que la madre tiene bordadas o estampadas en su propio vestido. Las flores ya estaban ahí. Siempre estuvieron ahí.

El cromatismo del pastel impregna de dulzura y suavidad sendos cuadros. La madre con el hijo marca más los contornos de las figuras y la textura es más cruda. En la madre con la hija pródiga, los dos tercios superiores de la pintura han sido suavizados, expresan la tierna y cálida interioridad materna.

En ambas obras se pone de manifiesto una sensibilidad muy femenina que sabe que todo encuentro es siempre dentro de uno mismo.