David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

La Inmaculada, el espacio donde Dios todavía puede nacer


Compartir

Hay verdades que no se entienden por definición, sino por experiencia. La Inmaculada es una de ellas. No es un concepto abstracto ni un privilegio intocable, sino una ventana para mirar cómo comienza Dios sus historias: en lo pequeño, en lo disponible, en lo que todavía no está ocupado por el miedo.



Estos días he llegado a la comunidad María Madre de la Iglesia, como administrador parroquial. En medio de mudanza, saludos, nombres que aún no memorizo y pasillos que estoy aprendiendo a recorrer, celebré las iniciaciones cristianas de varios adultos. Y ahí, en esos rostros que empezaban de nuevo, entendí de golpe lo que este misterio quería decirme este año litúrgico que estamos comenzando.

Los adultos que recibieron los sacramentos no venían vacíos, sino con historia, heridas, búsquedas largas y, sin embargo, cuando los vi acercarse al agua, al óleo, al altar, algo en ellos se volvió recién estrenado. No porque olvidaran su pasado, sino porque Dios les regaló un punto donde empezar sin cargas.

María es exactamente eso: la humanidad que Dios soñó sin pesos que la encadenaran por dentro; la mujer capaz de escuchar la voz del ángel porque no tenía el corazón lleno de ruido; la discípula que no lo sabía todo, pero que estaba disponible para todo.

La llamamos ‘Inmaculada’ no para colocarla lejos, sino para recordar lo que Dios puede hacer cuando encuentra una vida despejada por dentro. Un corazón que no se ha vuelto cínico. Un alma que no se ha cerrado. Un espacio que todavía puede sorprenderse.

Inmaculada

Inmaculada. Foto: Santuario de la Inmaculada Concepción de María (Dimensión de Comunicación). Acolman, Estado de México.

Y, en cierto modo, es la imagen de una Iglesia que también está llamada a ser así: menos a la defensiva y más disponible; menos llena de certezas y más abierta al Espíritu; menos preocupada por la perfección y más fiel a la escucha.

Llegar a una comunidad que me hace comprenderlo mejor. No vengo a ordenar, ni a corregir, ni a imponer. Vengo, como María, a dejar que la historia que ya existe me hable, a entrar con pasos suaves, a descubrir cómo Dios ya está trabajando en medio de esta gente. La Inmaculada me recuerda que los comienzos verdaderos no se fuerzan; se acogen.

Adviento es el tiempo de esa acogida y esa disponibilidad. El tiempo de limpiar un rincón del corazón para que Dios pueda nacer ahí.

Y tal vez eso sea lo que este 8 de diciembre quiere decirnos: que todavía es posible dejar lugar en nosotros para algo nuevo; que Dios no se cansa de empezar las veces que haga falta; que la santidad, en su forma más sencilla, es permitir que Dios llegue sin encontrarse con la puerta cerrada.

Ojalá este Adviento nos regale la gracia de la Inmaculada: un corazón capaz de sorprenderse, una vida disponible, un comienzo limpio.

Lo que vi esta semana

El rostro luminoso de jóvenes y adultos recibiendo su iniciación cristiana.

La palabra que me sostiene

“Hágase en mí según tu palabra“. Lc 1,38.

En voz baja

Todo a Jesús, por María. Todo a María para Jesús.