Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

La herencia que todos podemos dejar


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¿Alguna vez, viajando en autobús o en avión, has observado cómo un niño patea insistentemente el asiento de enfrente, ante la complacencia de sus padres y sin importar la evidente molestia del ocupante? ¿Será un problema de conducta del niño o un problema de conducta de los padres?

Hace poco fuimos al cine, y observé a un señor en la fila de atrás, estirar los pies y recargarlos sobre la butaca de enfrente; a continuación, puso en su regazo a su niña, quizá de cinco años, y la invitó a poner los pies sobre la charola portátil que estaba colocada a un lado de su butaca, imitando la misma postura. Así vieron la película.



Me llama la atención que, aún teniendo conocimiento de la importancia de nuestro ejemplo, insistimos en promover entre los pequeños cierto tipo de travesuras, o consentir conductas inapropiadas, sin darnos cuenta de que estamos construyendo una actitud negativa en ellos, que en un futuro no será de beneficio ni para ellos ni para la comunidad.

Por otro lado, también recuerdo una ocasión en que viajamos a Toluca, en el estado de México, y allí nos ofreció hospedaje una familia. Tengo muy presente la noche en que llegamos a su casa, pues sus dos hijas nos recibieron con letreros de bienvenida. La más pequeña de la familia, en ese tiempo quizá de cuatro años, me invitó a recorrer su casa y me mostró con gusto cada espacio hasta llegar a su recámara; allí, con cierto aire mezcla de orgullo y alegría, me dijo: “Aquí es donde duermo, aquí están mis muñecas y aquí está mi cama, pero la he desocupado para que ustedes puedan descansar en mi casa, ustedes no se preocupen porque yo estaré durmiendo con mi hermana”. No preciso decírtelo, pero me encantó ese nivel de generosidad en una pequeña de tan corta edad. A partir de esa feliz muestra de hospitalidad, pude reconocer que en esa familia se viven y se transmiten los valores humanos y cristianos, ya que la niña estaba reflejando lo que sus padres le están enseñando. Me sentí privilegiado de poder convivir con una familia de estas características.

Quizá algunos de nosotros pensemos que esa tarea ya ha concluido, o que no nos compete; ya sea porque no tenemos hijos, o bien, porque los que tenemos ya son mayores de edad y están haciendo su vida propia. Te comparto mi idea de que, una de las grandes herencias que podemos dejar a nuestra comunidad, es precisamente nuestro ejemplo. Pienso que podemos ofrecer mucho con acciones simples. Y estoy hablando de actitudes como ceder el paso, no tocar la bocina del auto, respetar las filas, abrirle la puerta a alguien, expresar gratitud, ser respetuosos de los espacios de los demás y ser hospitalarios. “Ustedes los reconocerán por sus frutos” Mt 7,16

Nuestras buenas conductas son observadas por muchos; somos parte de un tejido social muy amplio y nuestro testimonio puede trascender más allá de los límites de nuestra familia cercana, pudiendo beneficiar a muchas otras personas, algunas que quizá ni siquiera conocemos; y muy en particular, a los niños y adolescentes.

A todos nos inquieta pensar en el mundo que estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Por medio de tu buen ejemplo y de una conducta íntegra, te propongo ofrecer un legado intangible, pero de mucha utilidad en el futuro de nuestras familias y comunidades.