Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La guerra de los drones


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Ciertamente la guerra es un modo de relación degenerativa ya que ocasiona siempre más conflictos, divisiones, heridas y dolores que los motivos que la causaron. Histórica y antropológicamente hablando, la guerra es universal y ha existido, lamentablemente, en todos los pueblos y civilizaciones haciéndose cada vez más sofisticada. Pareciera que existe un instinto atávico que nos lleva a querer resolver los conflictos propios de la vida de un modo violento y destructivo que solo engendra más violencia y división. “Donde hay humano, se humanea y muchas veces eso incluye la pelea”. Las consecuencias de todos estos conflictos bélicos, ya sea por causas económicas, políticas, culturales, religiosas, etc. han sido muy lamentables para la humanidad y el planeta y tienen a la base un modo de relación donde nos percibimos como seres delimitados y donde el otro es siempre un potencial enemigo que me puede dañar. Qué diferente a la concepción del creyente que confía en que somos un solo gran cuerpo, en conjunto con la creación y que somos seres relacionales en constante interdependencia e interacción. Conocedor de que cuando dañamos a otros, nos dañamos a nosotros mismos ya que somos un tejido vivo en conexión. No obstante, con todo, hay circunstancias extremas donde la legítima defensa nos empuja a la guerra ya que existe un “otro” inconsciente de esta verdad de la existencia y que quiere arrebatarnos el derecho a ser en libertad. Amar al prójimo como a nosotros mismos, nos exige el luchar por conservar la propia vida y la de los que tenemos a cargo. Asumir esta dolorosa realidad es parte de la vida y de la fragilidad humana. Pero ha habido guerras y guerras y en eso queremos hoy profundizar.



El arte de la guerra en la antigüedad

Con todo lo ambiguo y complejo que pueda resultar el análisis de la guerra a lo largo de la historia de nuestros pueblos, hay cambios muy trascendentes en el modo de pelear de la actualidad que la están embruteciendo y deshumanizando aún más. No es que antes no haya habido injusticias, genocidios, destrucciones horrorosas y maldad, pero a todo el mal ya existente, se han agregado los “drones” como metáfora y realidad de un modo aún más vil de destrucción sin rostros, reglas, acuerdos y ritos que la puedan regular y sacar algo bueno de la adversidad. El filósofo Byung-Chul Han en su libro ‘La desaparición de los rituales’, plantea que antes la guerra estaba en la esfera sagrada del juego con reglas, lugares y tiempos definidos. Existía la ritualización, que permitía elevar el nivel ético y preservar parte del honor y dignidad de los seres humanos. Había un intercambio de cortesías que revelaban al otro como legítimo enemigo con los mismos derechos y a quién se podía reconocer como vencedor o perdedor del “juego”. La guerra, agrega Han, como duelo ritual refrenó la violencia imponiéndole un ropaje formal. Así, por ejemplo, hasta los mismos duelos a muerte del siglo 19 eran un combate singular ritual con estrictas reglas donde todo trataba del honor; no de matar al otro. Para ello, era fundamental la simetría de los oponentes y la reciprocidad de los recursos para pelear y para poder “cercar” la guerra. La guerra, se concebía, como un combate singular ordenado y sujeto a reglas. Como una forma de ejercer la política de negociación de conflictos con otros medios.

Las guerras de hoy ya no tienen arte ni parte

Más de alguno recordará, con estupor, la primera guerra televisada en donde Estados Unidos, a la vista de todo el mundo, bombardeó con misiles a Irak. Solo pequeños destellos en el cielo daban cuenta de explosiones, muertes y un caos total, mientras muchos de nosotros estábamos, en ese mismo instante, cocinando y teniendo alguna reunión familiar. Y es que la tecnología y el desarrollo de la industria armamentista comenzaron a generar una brecha física, y por ende emocional, cada vez más grande entre los participantes de un conflicto. Ese hecho puntual comenzó a dejar atrás la guerra propiamente tal, eliminando el campo de batalla, los acuerdos de honor y los derechos humanitarios mínimos para transformar muchas veces los conflictos de hoy en “operaciones militares” donde los rivales no se ven cara a cara, produciendo matanzas sin escrúpulos ni conciencia de la realidad.

Del duelo a los drones

Los drones son pequeños robots similares a un helicóptero, pero sin conductor, con diferente capacidad de vuelo que obedecen, por controles a distancia, las órdenes que les da un técnico de acuerdo con los datos e información que posee. Como tecnología son un tremendo aporte ya que permiten, entre otras cosas, obtener ángulos de visión que nunca tuvimos, socorrer personas, resguardar la seguridad, distribuir recursos y hasta servir de primeros auxilios en casos de emergencia. No está en ellos el dañar, sino en el uso que se le ha dado en la guerra actual, convirtiéndose en portadores de letales bombas y armas de destrucción comandadas a distancia, con márgenes de error (zonas de sacrificio) y con una inconciencia abismante de sus efectos en la población y en el modo de relación.

Byun-Chul Han agrega algo de gran relevancia: En las guerras actuales ha desaparecido el enemigo y el digno rival con los mismos deberes y derechos y al “otro” se le degrada al “rango” de criminal. Hay una suerte de soberbia del que ataca, quien se cree dueño y señor de la verdad y por ello se siente con el derecho a arrasar con la percepción e historia del otro, justificando públicamente su eliminación. Al desaparecer también el atacante, escondido detrás de los visores de un dron o computador en una oficina a kilómetros del blanco, desaparece la ética y todo se reduce a rendir más, dicho en palabras cruentas: a matar más. La matanza para los que manejan drones afirma este filósofo, es un trabajo y por lo mismo está sujeto al rendimiento. La matanza como operación impulsada por datos tiene algo de pornográfico y obsceno: lo que hay al frente se disuelve en datos.

Las pequeñas o grandes guerras cotidianas

Es interesante llevar la misma visión crítica del filósofo Han de los grandes conflictos entre países a las “guerras”, a los muchos conflictos que se libran cada día. Lamentablemente muchos de los cambios a nivel macro también han embrutecido y deshumanizado nuestras batallas. Hasta hace unos cincuenta años atrás había una ética cultural, social y ritual que garantizaba en nuestros modos de relacionarnos un “juego” relativamente limpio. Las personas cuidaban su honra y honor como el bien más preciado; se era capaz de reconocer en el otro un digno rival quien merecía nuestro respeto y formas corteses de luchar. Nunca vamos a estar libres de las diferencias, enfrentamientos o la franca mala fe de algunos que nos quieran dañar por nuestros actos o por su propia historia de fragilidad. Sin embargo, hoy debemos estar atentos a algunos “drones” que nos pueden atacar, sin saber siquiera de dónde vienen y sintiéndonos impotentes para actuar:

  • La tergiversación de dichos y hechos o bien el montaje: Nadie está libre de la difamación y condena pública por un rumor, un “meme”, una viralización o cualquier video o audio que nos quiera dañar. Ni siquiera la justicia tiene aún herramientas para frenar estos “drones” que puedan llegar a matar la honra y la vida de los demás.
  • Las falsas verdades: Lamentablemente hay personas y organizaciones destinadas a crear mentiras y hacerlas pasar por verdad, de modo que una inmensa mayoría “las compre”. Su fin es sólo dañar y obtener créditos personales que esconden oscuros intereses económicos, políticos, sociales y pseudo religiosos que no alcanzamos a visualizar.
  • La descalificación: Ya sea pública o anónimamente, hoy las personas “disparan” agresiones verbales que jamás dirían estando frente a frente con la otra persona. Las pantallas desinhiben ciertos filtros de empatía mínimos y ayudan a las personas a sacar toda su crueldad, morbosidad y maldad sin ninguna consideración ni caridad.
  • El bullying: Presencial y virtualmente el “matonaje” es un “dron” dañino para las víctimas que se ven paralizadas por miedo de ser develados en su fragilidad. El atacante muchas veces se esconde en las sombras y alía a otros con su manipulación para hacer daño a los que parezcan más débiles o les caen mal.
  • La polarización: Uno de los “drones” más letales tiene que ver con reducir la complejidad de lo que estamos viviendo y llevar a las personas a los extremos, convenciéndolas que el único camino es eliminar al “criminal” que se encuentra al otro lado. Es hacer que todo sea negro o blanco, sin matices.

Pelear limpio

Una vez más, puede que nos tilden de ingenuos o sentir que somos apenas una semilla en el desierto, pero así se gestan las re-evoluciones y así podremos ir cambiando estructuras y debilitando al mal. “Jugar a la guerra” en forma amorista exigirá entonces: Actuar siempre bien, conforme a nuestros valores de honor y dignidad, aun cuando perdamos algunas batallas o el otro actúe mal. Se debe estar dispuesto a perder recursos, bienes y la misma vida, con tal de salvar la coherencia entre el Amar y las decisiones que vayamos a tomar. Se debe buscar las mejores herramientas y personas para defendernos, armar redes de apoyo y denunciar oportuna y asertivamente cuando seamos o veamos víctimas de los “drones”. Por último, y lo más importante, AMAR en el sentido de ir al encuentro del otro y tratar de establecer un vínculo que nos pueda revelar que somos hermanos y que sufrimos igual. Eso es lo que Jesús quiso enseñarnos al caminar una milla más con el que nos “obliga” a cargar su peso. Solo el amor encarnado puede librarnos de la desconfianza y brutalidad actual que puede llevarnos a la destrucción total.