Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

La estupidez de seguir como si nada


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Os parecerá mentira pero me cuentan que en una gran ciudad, en este mundo civilizado nuestro, alguien hizo desplegar una enorme lona sobre la fachada de un emblemático edificio. Obviamente, la lona era sumamente visible. El mensaje parecía claro: una mano lanzaba en una papelera a una cantante, a un niño gitano y a un mayor en silla de ruedas. El rostro de los tres expresaba miedo y tristeza mientras caían. ¿Lo imaginas?



Me cuentan que al principio la gente normal y corriente que pasaba por allí se quedaba impactada, extrañamente dolida por una especie de punzada en el estómago al ver que alguien pudiera alardear de considerar basura a personas concretas. Sean las que sean. Pero enseguida se les pasaba. Se decían: “¡Qué mal gusto! … bueno, solo es un cartel gigante… no tiene importancia… es lo que algunos desean, pero nunca lo harán”.

Me dicen también que a los pocos días otros llenaron los buzones anunciando que iban a crear una especie de comisión de la verdad y ellos decidirían qué periodistas eran honestos y cuáles no, quiénes podían ejercer su profesión y quiénes no. Algunos se escandalizaron al escucharlo, pero enseguida se dijeron: “¡Qué barbaridad! … bueno, solo es un panfleto… no tiene importancia… es lo que algunos desean, pero nunca lo harán”.

Después, unos y otros llegaron a algunos puestos de responsabilidad en algunas ciudades. Se prohibió una película de dibujos animados porque una pareja se daba un beso. Sí, como lo oyes.

Del otro lado se prohibieron conferencias de filósofos y pensadoras que no coincidían con su ideología. Otros decidieron eliminar pasajes bíblicos porque aparecían hombres y mujeres desnudos y se abrazaban impunemente. Incluso se vetaron obras de la literatura clásica (con siglos de existencia) porque no les parecían adecuadas.

Lo que más me llamó la atención no fueron todas estas estupideces, tan terribles como peligrosas. Por cierto, según la RAE, estupidez es “torpeza notable en comprender las cosas”. Lo que me estremeció fue la estupidez de los otros, los que vieron cómo se consideraba que personas concretas debían estar en la basura por algunos de sus rasgos (¡en la basura!) y siguieron viviendo como si nada. Me aterró mucho más la estupidez de quien viendo cómo unos y otros decidían qué era bueno y malo, dónde está la verdad y dónde no, siguieron tan tranquilos, repitiéndose: no pasa nada, son todos iguales, pero no pasará nada…

A la basura

Y me ha dado por preguntarme qué haría yo si viviera en esa ciudad (imaginada) donde se desplegó la lona o en ese país donde unos y otros empezaron a prohibir y a censurar al de enfrente. Y he pensado que esta torpeza notable en comprender las cosas (estupidez, según la RAE) no pocas veces habrá sido la causa de conflictos, injusticias, guerras y mucho, mucho sufrimiento ajeno.

Me he quedado más tranquila pensando: “Bueno, estas cosas aquí no pasan… no tiene importancia…”. Y he seguido como si nada, con mi estupidez a cuestas, sin levantar la voz, sin decir nunca “basta” ni a los de un lado ni a los del otro. Aunque algo me dice que antes de que alguien quiera tirarme a la basura a mí o decidir a qué periodistas puedo escuchar, el tejido social y el respeto por las ideas ajenas (y las personas) puede haber fallecido. Otra estupidez más.