José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

La concertada da clase a la ministra Celaá


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En el Ministerio de Educación aún no salen de su asombro. La ministra Isabel Celaá intenta descifrar el verdadero significado del murmullo sordo que le estalló en la cara tras su metedura de pata con la escuela concertada. Y en su entorno se preguntan cómo ha podido pasar, cómo no cayó en la cuenta de que no era el momento ni el lugar, que la concertada no es ninguna bicha y que, ya con otros gobiernos, arrimó el hombro para suavizar el encontronazo entre Rouco y Zapatero.

Realmente, el momento y el lugar se había producido hacía ya unos meses en ese mismo Ministerio, donde la concertada había recuperado el sosiego perdido después de que la ministra incendiase el inicio de curso a cuenta de “la demanda social”, expresión que le produce directamente sarpullidos.

Aquel encuentro fue largo y tranquilo y tanto la ministra como sus colaboradores mostraron su aprecio por la concertada, entendieron las reticencias de la escuela católica y mostraron una voluntad de consenso. De ahí que el propio portavoz del Episcopado hablase en una primera valoración de “lapsus” en las palabras de la ministra, evitando la ocasión de hacer sangre, algo que tenía fácil.

No tiene que buscar Celaá fantasmas para tapar su torpeza, porque eso ha sido, y no un guiño a Podemos. La educación no está en la hoja de ruta, con más paradas en la eutanasia, la memoria histórica o el IBI. Pero lo cierto es que la portavoz de Sánchez, antes incluso de que se forme Gobierno, entregó en bandeja una valiosa arma arrojadiza al PP (y a Vox) con la que hacer oposición y aglutinar al catolicismo más rancio.

Afortunadamente, la escuela concertada desoyó rápidamente esos cantos de sirena y reivindicó su independencia, convencida de que este viaje lo tiene que hacer sin padrinos políticos.

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