Basta asomarse a cualquier medio para constatar, día tras día, que “la cosa no va bien”. Escaladas belicistas, víctimas inocentes, corrupción institucional, rechazo a migrantes, polarización ideológica, crisis energética… Parafraseando a Vargas Llosa y su famoso “en qué momento se jodió el Perú”, ¿qué es lo que ha hecho o está haciendo que se fastidie la construcción social?
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En busca del origen
Ya Mafalda, hace más de 50 años, nos avisaba del estado de salud de nuestro mundo. Sin embargo, pasa el tiempo y parece que el enfermito se ha acostumbrado a estar en la UCI. Ante ello, podemos mirar cómo se va consumiendo… o intervenir para tratar de extirpar de raíz lo que tanto mal le origina.
Y, ¿podríamos ponernos de acuerdo en lo que está en el origen de todo lo que emponzoña y destruye el modelo de convivencia y desarrollo, que también casi toda la humanidad sueña?
Hay quienes hablarán del egoísmo endémico, del afán consumista de occidente, de las ideologías que hoy más perturban que ayudan, de la concentración de poder en pocas manos, de la manipulación de las mentes a través de creencias de todo tipo…
En el ámbito eclesial, Juan Pablo II en su día denunció la sed de riqueza y afán de poder como manifestaciones claras del “pecado estructural” en el que nos hallamos. Más recientemente, Francisco ahondaba en las heridas de la codicia, del individualismo egoísta, del descarte y de la desconexión con la creación.
Sí. Con todo ello, y con voluntad y esfuerzo, podríamos llegar a concluir dónde está el mal, para así luego, combatirlo.
Pero, se me antoja difícil, dado el grado de “autoconvencimiento” con el que cada sector defiende su propio diagnóstico y que, por lo general, incluye el depositar el peso de la culpa en los que no piensan igual.
Y así… no conseguimos soluciones “universales”, sólo segmentadas. Si es que eso se pueden considerar soluciones.
La clave de todo
Por eso, a lo mejor podemos explorar otro camino.
El de encontrar aquella motivación que, si fuese asumida por todo el mundo, podría hacer cambiar la tendencia. Aunque fuese poquito a poquito.
La pregunta lógica es cuál sería esa motivación que compensase, satisfaciera y conviniese a todo hijo/a de vecino/a.
En este sentido, otro peruano, León XIV, desde el principio de su pontificado nos ofrece su receta: establecer puentes, dialogar, fomentar la cultura del encuentro y de la paz, de la comunión y la caridad.
Sin duda, inyectar grandes dosis de todo ello ayudaría enormemente.
Pero, yo me atrevo a proponer otra clave de bóveda como imprescindible para que no se nos caiga el edificio.
Biencomuneras/os
¿Pecaré de ingenuo si digo que es la búsqueda del bien común?
¿Tiene esa motivación la fuerza suficiente como para calar en los corazones y en las mentes de toda la ciudadanía, incluyendo sus políticos y gobernantes?
Yo creo que sí. Porque, las otras “motivaciones” que hoy se incentivan (acaparar más, tener más poder, vivir más acomodadamente…) tienen contados sus días de gloria en la vida de cada persona.
Y al revés, quien opta por trabajar en beneficio de los demás, siempre sale ganando. Siempre.
Un ejemplo. Hace poco se nos fue un político que, más allá de afinidades ideológicas o no, así lo demostró: Pepe Mujica. No se hizo rico ni se encaramó al poder aun teniendo las condiciones para lograr ambas cosas, pero vivió más que feliz como persona austera, humilde y, sobre todo, al servicio de su pueblo y el bienestar colectivo.
Sí. Parece que funciona en quien lo prueba: vivir para el bien común (que, automáticamente excluye el apoyo de la violencia, la corrupción…). Ahora solo queda ir tejiendo redes cada vez más grandes de “biencomuneros/as”. Esa es la clave.