La casa por el tejado


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Terminé de celebrar la Eucaristía en soledad. Parece que se alarga más de lo normal. También me voy perdiendo en recuerdos mientras celebro. Hoy, San José Obrero, mi memoria volvía a los años de seminarista cuando celebrábamos con gran solemnidad este día. Por mi mente han pasado hoy, en el silencio de la acción de gracias, mis profesores, muchos ya fallecidos, y algunas anécdotas de clase que me hacían sonreír. Grandes profesores, de los que estoy tan agradecido, aunque nunca se lo haya dicho. Pasa como cuando fallece un ser querido que te deja con el vacío de no haberle dicho cuánto le amabas. También las personas que nos cuidaban, las hermanas de Santa Ana y los porteros que pasaron por nuestras vidas.



El otro día un compañero, y sin embargo amigo, (esta coletilla guasona siempre la repetíamos entre nosotros) me pidió que releyera el capítulo 2 del libro de Daniel, donde se relata el sueño de Nabucodonosor y la interpretación que el joven profeta Daniel hace de él. Volví al texto de La Casa de la Biblia, en su edición interconfesional, y leí lentamente mientras recordaba las clases de D. Antonio G. Lamadrid y D. Miguel Salvador. Estoy seguro que mi compañero me pedía que sacara alguna similitud de este tiempo que estamos viviendo con la gran estatua que se desmorona. Posiblemente él lo haya ya hecho.

La torre de Babel

En cada imperio, en cada tiempo que vivimos, vamos construyendo un trozo de esta estatua que no es más que un soberbio homenaje a la historia que creemos construir, y siempre para nuestro honor y nuestra gloria. Este Daniel me recuerda mucho al joven José, en Egipto, que también interpretaba sueños. Y no sé por qué la estatua derrumbada y la torre de Babel abandonada se me asemejan. Pero centrémonos.

Voluntarios reparten alimentos en la parroquia San Ramón Nonato, en Puente de Vallecas (Madrid). EFE/Mariscal

Para comenzar, a simple vista parece que Daniel no interpretó solo, sino que buscó la ayuda de sus compañeros “informándoles de la situación y rogando la misericordia de Dios”. Eran los tres compañeros con los que se educó durante tres años para ser un sabio: “Interpretemos el sueño al rey”, dijo. Ésta es una referencia clave para sacar la primera conclusión. El discernimiento de lo que hacemos y vivimos debe ser comunitario, para no perdernos en nuestros propios engaños de la búsqueda del poder o del manejo individualista de la voluntad de Dios, que es aún más sibilino.

Los sabios, los magos, adivinos o astrólogos de aquel y este mundo no pueden interpretar, es decir, dar sentido, a lo que han visto, solo Dios. Se nos ha venido el mundo encima, como “una gran montaña que cubre toda la tierra” y no sabemos por qué. En un principio, estos eruditos de la corte debían manejar la trama del devenir de la historia, como tantos y tantos sociólogos, politólogos, economistas, consejos de administración… todos, como el rey babilónico, estaban “reflexionando para conocer lo que sucederá en el futuro”, pero el joven Daniel le dice: “Solo hay un Dios que puede revelar los misterios”.

Sin Dios

La segunda conclusión es que hemos prescindido de Dios. Sí, sí, esta es una secuencia que se repite a través de la historia de la humanidad, y no vamos a ser nosotros menos. No nos pongamos trágicos. La respuesta al rey, según los eruditos, “solo la pueden dar los dioses que no habitan entre los mortales”, ojo al dato. Volver a Cristo, que, sí, habita entre nosotros, y está hecho de nuestro barro. Podía ser un paso acertado.

Y tercera conclusión, hablando de barro, esta especie de parábola, tiene un sentido ecológico, nuestros pies, nuestro suelo es frágil, es de tierra, estamos compuestos del barro primigenio, y esta es una realidad que nunca debemos olvidar, porque si no, estamos comenzando la casa por el tejado. Y de esto tiene mucho nuestra sociedad y también nuestra Iglesia. Así como cada uno de nosotros, porque no vale tirar balones fuera. Vivir en esta tierra, estar formados de tierra (enamorada, pero tierra) nos exige una vida más sencilla, más compartida y más dinámica. La estatua es estática, y ni ve, ni escucha, ni habla, como da la sensación que es la sociedad que hemos engendrado entre todos.

Hace pocos años, no sé, quizás más, pasa todo tan deprisa, leí a un filósofo que decía que no necesitamos mas que tres cosas: un rostro con el que identificarnos, una casa que nos cobije y un corazón que nos ame y al que amemos.

¿Cómo explicar el sentido de este sueño que vivimos? ¿Cómo cimentar sobre roca? ¡Animo y adelante!