La calentura no está en las sabanas


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Con todo respeto, no puedo estar de acuerdo con la interpretación que el papa emérito Benedicto XVI acaba de publicar sobre el doloroso asunto de la pederastia en la Iglesia católica. Y no estoy de acuerdo porque le echa la culpa a la revolución sexual, a la teología moral fundamentada en Vaticano II y a la ausencia de Dios. Con todo respeto, “la calentura no está en las sábanas”.

Pero vayamos por partes. Me refiero al escrito que lleva por título ‘La Iglesia y el escándalo del abuso sexual’. Según la noticia, iba a ser publicado por el periódico alemán Klerusblatt en la Semana Santa pero fue filtrado por el periódico estadounidense New York Post y en minutos traducido al español por ACI Prensa, que fue la versión que llegó a mi correo.

Contribución del papa Benedicto al debate sobre la pederastia

Con la intención de contribuir al debate sobre la pederastia en la Iglesia, explica Benedicto en el documento, “reuní algunas notas con las que quiero ayudar en esta hora difícil” y las escribió –explica también– a propósito de la cumbre reunida en Roma el pasado mes de febrero para, según su interpretación, “discutir la crisis de fe y de la Iglesia, una crisis palpable en todo el mundo tras las chocantes revelaciones del abuso clerical perpetrado contra menores”. Con todo respeto, el Papa emérito olvidó referirse al objeto de dicha reunión expresado en el título, “La protección de menores en la Iglesia”, si bien reconoce el abuso clerical contra menores como causa de la crisis.

Benedicto XVI firma en el libro de honor de la catedral de Santa María, en Erfurt (Alemania), el 23 de septiembre de 2011/CNS

Benedicto XVI firma en el libro de honor de la catedral de Santa María, en Erfurt (Alemania), el 23 de septiembre de 2011/CNS

El documento del papa Benedicto, citando sus palabras, tiene tres partes: “El amplio contexto de asunto, sin el cual el problema no se puede entender”, que consiste en una perspectiva histórica desde los años 60 del siglo pasado; “los efectos de esta situación en la formación de los sacerdotes y en sus vidas”; y “algunas perspectivas para una adecuada respuesta por parte de la Iglesia”. Ignora, en cambio, la que el papa Francisco ha llamado una “cultura del abuso y del encubrimiento” y no menciona a las víctimas ni una sola vez. Con todo respeto, “la calentura no está en las sábanas”.

El profesor y el cardenal prefecto

En algunos párrafos del documento asoma el profesor Ratzinger, el teólogo sistemático de la Universidad de Tubinga. Por ejemplo, al resumir  el contenido de la fe: “El Señor ha iniciado una narrativa de amor con nosotros y quiere abarcar a toda la creación en ella. La forma de pelear contra el mal que nos amenaza a nosotros y a todo el mundo, solo puede ser, al final, que entremos en este amor. […] Para que Dios sea realmente Dios en esta creación deliberada, tenemos que mirarlo para que se exprese a sí mismo de alguna forma. Lo ha hecho de muchas maneras, pero decisivamente lo hizo en el llamado a Abraham y que le dio a la gente que buscaba a Dios la orientación que lleva más allá de toda expectativa: Dios mismo se convierte en criatura, habla como hombre con nosotros los seres humanos”.

También asoma el cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo que ocupó durante 24 años, cuando en las páginas del documento defiende a brazo armado la Tradición de la Iglesia frente a cualquier posibilidad de renovación eclesial. Y cuando menciona que dicha Congregación vaticana, por decisión de Juan Pablo II, debió “lidiar con crímenes cometidos por sacerdotes”, sin precisar que se trataba de crimenes sexuales pero considerados ‘delicta maiora contra fidem’.

Asoma, asimismo, su condición actual de Papa emérito cuando se identifica “como pastor de la Iglesia en una época en la que se desarrolló esta crisis”. Ahora bien, no se refiere a que una de las circunstancias que incidieron en su dimisión en 2013 fue la gravedad de la situación originada en los abusos sexuales a menores por parte del clero.

Las acusaciones del papa emérito

Y volviendo al documento. En su análisis, el papa Benedicto culpa de la crisis a la revolución sexual, a la interpretación de la teología moral fundamentada en Vaticano II y a la ausencia de Dios, pero no acusa de la que él llama “inconducta pedófila” a curas y obispos abusadores ni a sus encubridores, también hombres de Iglesia y cómplices de sus delitos.

Benedicto XVI y Francisco se saludan ante la mirada de George Gänswein papas

Benedicto XVI y Francisco se saludan ante la mirada de George Gänswein

En sus acusaciones escribe que “parte de la fisionomía de la Revolución del 68 fue que la pedofilia se diagnosticó como permitida y apropiada” y que la pedofilia “se teorizó como algo legítimo”; que después del Concilio Vaticano II “la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad”, precisando que “en la lucha del Concilio por un nuevo entendimiento de la Revelación, la opción por la ley natural fue ampliamente abandonada y se exigió una teología moral basada enteramente en la Biblia”; y a la pregunta “¿por qué la pedofilia llegó a tales proporciones?” responde: “Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios”.

Acusaciones válidas para explicar el comportamiento de miembros de la sociedad que viven como si Dios no existiera pero no como excusa para quienes han hecho de su vida una opción por el seguimiento de Jesús como ministros de la Iglesia y testigos de la buena noticia del amor de Dios. Por eso pienso que, como dice el refrán, “la calentura no está en las sábanas”.

Y no mencionó el clericalismo, que según la “Carta al Pueblo de Dios” del papa Francisco en agosto del año pasado, es “una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia”.

De pasada, el desafortunado escrito del papa Benedicto culpa también de los abusos sexuales por parte de miembros del clero católico a la educación sexual y al cine porno, señalando prácticas concretas en Alemania y Austria; a grupos homosexuales que se establecieron en varios seminarios y que “actuaban más o menos abiertamente”; a la “conciliaridad”, entendida como “una actitud crítica o negativa hacia la tradición”, y que después del Concilio Vaticano II era el criterio para la selección y designación de obispos; al derecho canónico que buscaba “garantizar, por encima de todo, los derechos del acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena”; a teólogos moralistas como Francis Böckle por haber cuestionado la encíclica de Juan Pablo II ‘Veritatis splendor’ que “determinaba que había acciones que siempre y en todas circunstancias podían clasificarse como malas”. Con todo respeto, insisto, “la calentura no está en las sábanas”.