La anestesia de la indiferencia


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Es muy suave el título que he puesto para lo que quiero tratar en esta reflexión. El título viene a colación por las noticias que nos abruman cada día de niños violados por otros niños, o madres prematuras con 11 años, cuando tendrían que estar jugando con otros niños, y no ensayando posturas que han aprendido en internet o en la película de turno de la televisión que, a poco que te descuides, se cuela en el cuarto de estar de nuestro hogar, o peor, en el dormitorio de tu criatura (por la dichosa manía de poner un aparato en todos los sitios). La tele es para ver en familia, y para poder comentar los mayores, con cierto sosiego, sin dramas, la barbaridad que acabamos de ver. Ya os digo que es un título demasiado blando cuando hay un grito aterrador ante el drama de los menores, respaldado siempre por el buen rollo de los adultos.

Pero en este mundo de la sexualidad animal, propiciada por depredadores de la inocencia, no podemos olvidar a los niños y adolescentes migrantes y refugiados víctimas de las mafias. Personas asustadas e indefensas, en busca de las fuentes del paraíso, pero que terminan en un lodazal, en manos de repugnantes sanguijuelas. Aunque uno no tenga mucha sensibilidad es como para rasgar las entrañas a cualquier persona de buena voluntad.

Cuestión de prioridades

La Fundación Amaranta y el Proyecto Esperanza son iniciativas de las religiosas Adoratrices, que buscan salvar a las mujeres y niños víctimas de la trata y la prostitución, y nos ofrecen datos escalofriantes. Otras congregaciones, entre ellos los jesuitas, tienen también sus organizaciones para erradicar la trata de personas y el abuso de niños y niñas. Las mafias en todos los momentos hacen su agosto prostituyendo como esclavos a los menores refugiados y migrantes. Como muestra un botón: tengo un recorte de revista donde Cruz Roja Española denunció en el 2015 que había detectado 654 casos con indicadores de trata, de ellos, 141 eran niños y niñas, de los cuales a 113 les perdieron la pista desde los mismos centros de acogida.

Son pequeñas personas sin nombre, sin papeles, y a nadie, excepto a sus familias –perdidas en los poblados de la miseria y del olvido– les preocupa su paradero. Tampoco parece que nos inquietemos mucho por los otros 10.000 niños migrantes que Europol da por desaparecidos en Europa (¿es que se nos sale del presupuesto?). Algunos niños son robados para mantener prostituidas a sus madres y a su vez explotarles a ellos desde pequeños en sus mafias, siempre con la mirada puesta en que un día recobrarán la libertad. La verdad es que no se vuelven a encontrar, pero, aunque así fuera, les han destrozado la vida de un modo irreversible.

La anestesia que propicia nuestra cultura de la indiferencia incluso nos impide preguntarnos: ¿Qué hacen nuestras autoridades y las europeas para garantizar los derechos de los menores que atraviesan las fronteras como inmigrantes huyendo de la pobreza o como refugiados escapando de la guerra? Seguramente discutir si se debe decir portavoz o “portavoza”. Demasiado interesante para quebrar la dinámica parlamentaria.

¡Ánimo y adelante!