Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Inadaptados ante la pandemia del Covid


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Es muy interesante contemplar a un grupo especial de personas, verdaderos inadaptados a las circunstancias actuales, que luchan para que el Covid no rasgue sus vidas de arriba abajo y destruya relaciones, proyectos e ilusiones. Son resistentes creativos, que, con paciencia y prudencia, ingenian alternativas para conjugar humanidad y tiempo.



Sus síntomas son los siguientes:

  1. Actitud básica. Viven con estupor esta época y son alérgicos a la conformidad. Destilan nuevas fórmulas de aproximación al otro, de acompañamiento al que más lo necesita, crean comunidades para resolver los tiempos presentes. Se han vuelto incluso más solidarios y sensibles. Lloran y buscan alternativas. Cualquier cosa menos adaptarse, porque adaptarse sería dar por muerta la vida. Frente a la adaptación individual del sálvese quien pueda (y tenga medios o desarrolle una mutación de carácter), eligen la vía de la cooperación, que ya es relación, para resolver problemas.
  2. Estos inadaptados se niegan a estar solos y sucumbir a la soledad. No rompen los criterios sanitarios, pero su soledad está colmada de Presencia y presencias. Muchas personas han descubierto una interioridad que desconocían, que ciertamente es incómoda al inicio, porque, como en casa nueva, hay que abrir puertas inciertas y hacer limpieza, ponerse a ordenar, distribuir espacios. Este grupo de inadaptados se ha descubierto a sí mismo habitado, capacidad para escucharse y Escuchar, capacidad para dialogar consigo mismo y Dialogar. Muchas personas han dado el paso definitivo hacia sí mismos, que no termina en sí mismos. Los interrogantes que se han despertado son de un calado tan hondo, su peso es tan grande, que no cabrá mirar para otro lado. La pandemia ha cultivado una nueva forma de vivirse.
  3. Los inadaptables. Hay un grupo indoblegable que parte de una anterior discrepancia (“increpancia” incluso) contra el sistema y su pretensión de totalidad. Persona que, por lo que sea, viven habitualmente más cómodas en las fronteras de su tiempo y siempre buscan el punto más allá de lo que es socialmente aceptable. Reconozco en ellas –conociendo a varias–, un punto de insolencia y separación, que se asemeja mucho a las claves de pureza e impureza del Levítico, poco más. Contacto con otros, lo justo. Crear comunidades, y atraer, con cierto regusto personal. Crecen, y hay que intuir estos movimientos, comunidades con cierta exclusividad en forma o sombra de los clubes de alta alcurnia, pero en modo pobre. Exclusividad y participación en función de la adscripción. No se pide carné de entrada, de momento.
  4. Científicos que bregan. Los comunes de la sociedad no imaginan el esfuerzo que muchos científicos, de un campo concreto, están haciendo. Sacrificando sus vidas personales y proyectos. Dedicación que va más allá de su ciencia y conocimiento. No saben, pero investigan. No saben y lo saben, pero continúan. Aprenden de errores y sacan consecuencias. Salvan, hoy por hoy, lo más biológico, para que la vida pueda continuar. Su servicio se sitúa en lo más básico, y los buenos no hablan de nada más. No disputan, no pelean, no se dejan comer por lo ajeno. Han trabajado enormemente en este tiempo viendo cómo su campo avanza y se espera una respuesta urgente, que se sabe si podrán dar. Actúan en comunidad. Mordidos, eso sí, por intereses que nada tienen que ver con su trabajo y, ojalá, lo digan claramente. Para que se muestre que la ciencia no avanza sin más por sí misma, sino sustentada por muchos otros que buscan rédito y beneficio. Tanto elogio, tanto elogio, y no pocas veces es manipulación y utilización de las mentes más brillantes del momento. Muchas, dicho sea de paso, no miran para sí, aunque terminen plegadas al sistema (que les da de comer, porque los científicos son personas y tienen familias). Muchos intelectuales han contribuido a la humanidad en este tiempo, sin esperar aplausos, y muchos habrían dicho y hecho muchas más cosas de las que les han permitido decir.
  5. Ancianos que aguantan. Resistentes como pocos. Nacidos en precariedad y con una vida de sacrificio colectivo que no hemos sido capaces de recibir en positivo, ni aprender su gran lección de vida. Los mayores han sido noticia permanente y continuamente se les ha negado tomar la palabra en público. Se ha hablado de ellos y qué poco se les ha escuchado. Quienes están, cómo viven. Acostumbrados a dar de sí y ser una generación poderosamente fuerte e independiente, asumen lo que hay. Resisten con la esperanza de que esto no sea todo lo que vivan al final. Escuchamos poco su miedo improductivo y se callan sus lamentos. En ocasiones medito nuestra época en su lugar. ¿Cuál será la oración de uno de nuestros mayores, tan acostumbrados al silencio?
  6. Los más pequeños. No somos conscientes, ni ellos tampoco, de lo ganado o perdido en este tiempo. Les ha tocado, como en tiempo de guerra, recluirse, aislarse. Les hemos trasladado miedos, dudas, incertidumbres. Dentro de unos años les llamarán Generación Covid, con todas las letras. Ni X, ni Y, ni Z, ni mandangas. En su historia quedará para siempre este tiempo de mucha vinculación familiar y escasa relación social. Y lo que queda por venir. Los más pequeños, sin embargo, han mostrado una capacidad de crecimiento y desarrollo enorme. Han seguido adelante, no se han ahorrado pasos. Es más, en muchas familias, la atención a los más pequeños ha sido, por primera vez en la historia reciente, una prioridad destacada.
  7. Encerrados con violentos. He pensado mucho en esto y lo he llorado amargamente. No todos viven en entornos fiables y respetuosos, donde las discusiones normales se dan y permanece el amor. Muchos, no pocos niños, no pocas mujeres, se han encontrado encerrados y siguen medio-enclaustrados con sus agresores, abusadores, maltratadores. Durante el confinamiento duro del segundo trimestre, me sorprendía el silencio que había sobre este asunto. Hasta que salieron las cifras. Muchas causas han sido puestas en un plano invisible, pero quedará su huella. También estas personas, a las que ahora deberemos acompañar más y escuchar más, han estado ahí queriendo resistir a toda adaptación y conformismo posible. Resistentes, sabiendo que hay esperanzada para ellos y ellas, y algo mucho mejor y más deseable. En breve, escucharemos sus relatos sobrecogidos.
  8. Personas sin hogar. Personas, sin más. Inimputables paseando por la calle. Con historias humanas muy dolorosas. Desatendidas incluso cuando son vistas. Resistentes. Inadaptados. Convivientes entre sí. Cáritas ha puesto el dedo en la llaga una vez más: no tener hogar, mata. Vivir a la intemperie, mata. Estar desprotegido, mata. Duele reconocerlo, pero mata. En esta larga de inadaptados a la Covid y a nuestro tiempo, estos son inadaptados permanentes, a los que además ha caído encima algo imposible de asumir, con leyes que ni les atienden y en las que son nuevamente invisibilizados.

Quedan más por decir, ojalá sean escuchados y puestos de relieve. Cualquier cosa menos plegarse impasiblemente, o meramente sufrir, dolerse, llorar, quejarse, indignarse. La humanidad que responde, habitualmente lo hace en comunidad y colaborando. El sentimentalismo político de la década anterior, que ponía en valor el sentimiento por el sentimiento, o da lugar a algo más que sí mismo, con una respuesta que sea superior, o quebrará definitivamente el espinazo para verlas venir epimeteicamente, sin abrazarse ni a la fe, ni a la razón, y permanecer expuestos.

Estos, y muchos otros inadaptados, contrarían porque tienen razones profundas para vivir, porque tienen esperanza, cuando la esperanza no llega de fuera. Llevo insistiendo en esto mucho, pero leer a Job con seriedad en este tiempo es un acto humano de dimensión divina. ¿Alguien se apunta? ¿Quedamos algún día?