Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Iglesia que alienta en las redes sociales


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Miles de cristianos se lanza, cada día, con más o menos acierto, a compartir sinceramente lo que viven en las redes sociales. Algo que depende de cada país, de cada realidad. Pero entornos cada vez más compartidos, que nos hacen encontrarnos y familiarizarnos los nos con los otros en la distancia. Llevamos así años, no es algo que debamos a este tiempo extraño.



Algunos, entre todos ellos, han encontrado mejor hueco, por hacer mejor y de modo distinto algunas cosas que todos repetían. Citaría ejemplos, pero son de sobra conocidos. Son líderes mundiales a los que escuchan cientos de miles de personas. Su exposición a “otros públicos” es tremendamente exigente y, en ocasiones, tremendamente dolorosa. Ninguno se libra de ciertos ataques, críticas, quejas, comentarios, prejuicios, insultos, zancadillas e, incluso, envidias. Llegar donde han llegado, ha significado siempre entrega y sacrificio, discernimiento compartido con otros y mucha escucha de Dios, al margen de todo dispositivo.

Creo que alentar –vivificar– es su verbo (espiritualizar sería mejor traducción y al mismo tiempo su condena; ya sabemos que ‘ruah’, ‘anima’, ‘spiritus’ tienen tantos matices bellos e interesantes…). No son sembradores de nada, sino alentadores. Como el Espíritu que es viento que sopla, siguen soplando con él en su dirección para que las semillas caigan en buen terreno y den fruto. No somos una semilla, igual que no somos una planta. Cada persona es fruto de múltiples semillas, florece como jardín o huerto variado, único y diferente. Pero, para líderes cristianos, es más ser este soplador frente al aliento, que un sembrador propiamente hablando. ¡Por situarnos!

La acción misionera digital siempre se dirige a otros, más que a los propios. Encontraremos dos grandes actitudes y proyectos cristianos en la red: la de quienes hablan hacia dentro y hacen “pastoral”, y la de quienes comunican y se relacionan hacia afuera y “evangelizan”. Ambas son imprescindibles, ambas son necesarias, ambas hacen bien cuando se hacen bien. Ambas, no una, es más importante que la otra. Aunque si tuviera que elegir, diría que hoy es más importante el cuidado interno que la exposición máxima. No por cerrar filas, que sería una torpeza. Como misión, como respuesta al “amaos unos a otros como yo os he amado”. (En griego, ‘allelón’ es mutuamente, no se dice “de unos a otros”; en una palabra están dichas la gratuidad y la reciprocidad, en comunión).

Una imagen para comprender el tema

Imaginad un gran banquete al que muchos, variopintos y diferentes, se sientan. Como esas de las bodas. Con una invitación pensada, en la que todos comparten lo mismo pero distribuidos por mesas. Y el pero, es fundamental. Convocados en el mismo lugar y separados por comunidades. Así funciona la red, así se enriquece la red.

Todo iría de maravilla, salvo porque, en ocasiones, embebidos unos de sí mismos, tan complacidos y orgullosos, comienzan a lanzar afrentas y sentirse diferentes de los de las otras mesas.

En ese momento, buscan apoyos en los demás para que su lugar sea predominante y acaparar el protagonista. Unos se unen a su causa, otros van a lo suyo y los restantes se sienten ofendidos y también quieren hacerse notar. En ese momento, la polarización se hace paso. La red, el banquete, deja de ser un lugar abierto en el que participar y pasa a ser un espacio de posicionamiento.

La invitación salvífica al banquete en el que todos pueden participar ha perdido su sentido. Quizá los novios se sientan molestos.

¿Qué aporta la Iglesia en la Red?

En general, una gran presencia, un gran interés. Sobre todo, de aquella parte de la Iglesia más volcada hacia los jóvenes, hacia la novedad, más dialogante, más interesada en las fronteras, más sensible al cambio de época. Los ejemplos son numerosos, con mayor o menor éxito.

La primera aportación ha sido “presencia”. Sin miedo alguno, sin compartir criterios, los cristianos, de diversa condición, han sabido estar y han ido aprendiendo a estar en un continente que se va creando a sí mismo día a día, en un espacio y entorno que es dinámico y fluye, que recibe novedades con cierto agrado y no teme al cambio, la opinión, la variación, el devenir del río en el que se puede bañar nadie dos veces.

La segunda, querer hacer de la red un espacio con sentido y de escucha. Ambas realidades unidas, como sentido no impuesto y como apertura a la búsqueda de los otros. Las respuestas han sido más o menos creativas, más o menos recibidas, pero en cualquier caso ha supuesto un desembarco eclesial en la comprensión del otro, de no encerramiento. En lugar de castillos, se han construido hospicios. Innumerables encuentros de acogida y acompañamiento.

La tercera, las personas lo primero. Más que perfiles, personas (incluso en lo institucional). Algo claro desde el inicio. Voluntad por superar apariencias, tanto en sí mismos al mostrarse, como al comprender y querer al otro. El desconocido es primero, y ante todo, persona por cuya relación ser agradecidos. Dicho en otras palabras, la red se ve, muy especialmente, desde el lado antropológico, con hondura, y no desde su mera técnica, que también asombra.

La cuarta, con cierto atrevimiento, porque no siempre ha sido así y es con cierto riesgo, la comunión, la proximidad entre los cristianos. Considero, sinceramente, que hay una Iglesia “en construcción” que se muestre en la red con unidad y apertura. Es una llamada directa a la constante eclesialidad para hacerse presente en el mundo. No siempre es un encuentro fácil, pero siembra diversidad. Ayuda, y es la gran aportación, a mostrarnos en diversidad y fragilidad ante otras personas, en nuestra humanidad.

La quinta, y última en un primer acercamiento, la sorpresa y la gratitud. Desde la perspectiva cristiana, han ocurrido milagros auténticos en la red y suceden continuamente sorpresas por las que agradecer, y convertir internet en un espacio de generosidad, de algo inesperado, de algo incalculable en términos matemáticos. En la red existe lo desbordante. Por supuesto, lo que desborda la red y sus límites, porque se ve limitada y llamada a más, al encuentro personal, al impacto y concreción real más allá de internet, a la vida en su raíz. Como todo encuentro personal, siempre queda abierto a superar el mismo momento del encuentro inicial. Y lo demás es proceso. La Iglesia, los cristianos, están abiertos a ese camino más allá del primer impacto. Se llama historia, y el judeocristianismo conoce que Dios acontece en la historia para hacer Historia con la persona y los pueblos.

¿Qué aporta la Red a la Iglesia?

Digamos, en primer lugar, que continúa la gracia que supuso la apertura a la realidad del Vaticano II. Como toda ventilación, al mismo tiempo descolocación. El Espíritu sopla, sin saber ni de dónde ni hacia dónde.

Replantear la catolicidad y sufrirla. La Iglesia potente, como institución mundial, revela al mismo tiempo su cualidad más elevada en lo que une y su fragilidad más directa en la diversidad que dispersa. Como Madre que acoge polluelos en su cuidado, como Llamada a responder a las necesidades de las fiestas de la Vida, como Milagro. El impacto de la Red en la eclesialidad como vivencia (y eclesiología, como comprensión) es enorme.

Da voz a quienes no tenían tanta voz. Hay expertos en medios más escuchados que muchos obispos. Lo cual obliga a replantear la jerarquía y la estructura en la evangelización, abriendo un espacio a lo carismático (y a la inteligencia carismática de la realidad, para ser llamada y unión) de mucho más valor que lo institucional. Pese a la imagen de los religiosos, lo religioso pesa por sí mismo más allá de la estética con la que se presenta. Pongo un ejemplo: los muchos comentarios hacia adentro de religiosos que hablan a su comunidad, el impacto que puede tener la opinión de grandes youtubers, que hablan de otros temas ajenos a lo estrictamente eclesial, supone un impacto mayor sobre la “población digital”.

De algún modo, sea por voluntad o no, la Iglesia está siendo más reacción y respuesta, que protagonista. El cristianismo ha perdido su capacidad para crear cultura en el mundo Occidental, y va “a rebufo” (aerodinámicamente, en el mejor de los casos) de lo que sucede y otros proponen. Los intentos son alabados por la comunidad, pero en su resultado suelen ser mediocres. Una mala práctica, en todo esto, ha sido querer apoyarse digitalmente en la comunidad cristiana y dar un salto a otros ámbitos, sin ser referente. Otra mala práctica, lo digo de corazón, ha sido no apoyar a los que tenían inquietudes diferentes porque se salen de mi espectro. (Espero que se entienda, el tema es complejo).

Termino, cuestionar la Alegría y la perversión del Ocio. Es casi personal, pero la disposición del tiempo en el mundo occidental termina en la ociosidad, en no saber qué hacer con el tiempo, sin trabajo, sin intereses constructivos, abocados al aburrimiento. Los jóvenes se aburren sin disfrutar de los espacios que les ofrecen los mayores con su sacrificio, que, a la postre, supondrá un déficit incalculable en su vida. No digo más. La Alegría, puesta en primer plano por el papa Francisco, como nunca en la historia de la Iglesia, no es solo un texto para comprender la realidad sino para darse sentido. No supone, y así lo he leído y espero estar en sintonía, un aplauso y una bendición de todo lo que supone el mundo, sino una crítica, un cuestionamiento, una propuesta sincera y una tesis sobre todo lo que hay. La Alegría, en absoluto, que todo lo aplaude y vive para sí misma, ni que todo lo recibe sin más. Una Alegría, con cariño, que sabe llorar.

¿Vamos por buen camino en la red?

Varios amigos (aquí comienza este post) me han preguntado este fin de semana sobre contenidos digitales, entre WhatsApps nocturnos. Alguien me dice, con total sinceridad, que la actividad eclesial de verano es desproporcionada, cuando todos se desconectan y quieren vivir “a lo suyo”, ¿qué sentido tiene?

Otros echan de menos a @jmolaizola y no comparten su descanso, los hay que me preguntan sobre algunas imágenes “tendenciosas” de @agustindlatorre que se difunden como la espuma en “determinados círculos” eclesiales, y no pocos se han fijado en las nuevas y audaces andanzas –libres, como el viento– de @smdani en los videojuegos y de @xiskya en Tik-Tok, por no hablar de los ramalazos políticos que en tantas ocasiones se mezclan con lo religioso, cada vez más próximo a cuestiones sociales y con el riesgo de ser presentado como una ideología más entre las muchas efervescentes. Muy interesante la propuesta de la que se hace eco @danivillanueva sobre elegimoshablar.org. ¿En realidad lo necesitamos, realmente necesitamos retomar el diálogo, hablar, escuchar? ¿La era de la comunicación ha perdido esta capacidad?

¿Tenemos algún criterio con el que valorar la realidad o vivimos dispuestos a ser mercenarios del viento que sople, según sople y nada más?