Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Hostilidad y hospitalidad: nuestras opciones ante el fenómeno migratorio


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Fue inevitable que en una sobre mesa, un amigo muy querido, con toda honestidad mencionara: “¿Yo como Mexicano qué podría ofrecer a los migrantes, cuando hay miles de mexicanos también hundidos en la pobreza?”. Una amiga contestó: “Puedes ofrecerles tu compañía al menos, eso ya es algo, eso cuenta”. Aunque polémica, me gustó la pregunta y también la respuesta. Es decir, de alguien que ya no cuestione si las personas deben migrar, sino más bien qué es lo que puede hacer cada individuo. En las diversas rutas migratorias de México y el mundo, miles de personas se han hecho la misma pregunta, han tenido que tomar la decisión de ayudar o no, de replegarse o sumarse, de tomar una posición.

Un éxodo migratorio que ha cuestionado a los mexicanos

El actual flujo migratorio que proviene de Centroamérica y que es muy visible en muchas zonas de México, vuelve a poner literal “en la mesa”, en conversaciones y espacios formales e informales, un cuestionamiento al fin y al cabo ético sobre qué podemos hacer como Mexicanos por este éxodo de personas migrantes.  La Iglesia Católica en México ha tenido el tema presente, el 2 de mayo con motivo de la 107º Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, el Mensaje al Pueblo de Dios del Episcopado Mexicano señala “hoy, ante las caravanas masivas y constantes de hermanos que huyen de la miseria y de la inseguridad, reiteramos nuestra actitud de Iglesia samaritana, preocupada en la medida de lo posible de aliviar el dolor de los verdaderos migrantes y, al mismo tiempo, esperamos una política migratoria sin ambigüedades ni ingenuidad, en pleno respeto de los derechos humanos. Ante estos retos, invitamos a todo el Pueblo de Dios a partir y compartir el pan de su propia vida ante los que sufren, asumiendo estas opciones que consideramos prioritarias, para que, en Cristo, nuestra paz, México sea una expresión visible del amor de Dios Padre”.

Es claro que el Estado Mexicano y cada uno de los estados de origen de las personas migrantes tiene el deber de acuerdo al derecho internacional de proteger y garantizar los derechos de su población. El efecto inmediato de la incapacidad de proveer seguridad por ejemplo, ha generado un alto número de armas en manos de empresas privadas en Centroamérica, la desigualdad en el ejercicio del derecho a la seguridad pues la poseen solo aquellos que pueden pagar por ella, y en última instancia, el traslado de competencias esenciales del Estado a privados que no tienen como objetivo la garantía del bien común. Este mismo análisis puede hacerse con la salud, con la educación con el derecho a acceder a un trabajo digno. Que fallen las estructuras estatales, no quiere decir que hayamos fallado como ciudadanos y ciudadanas.

Frontera de Tijuana – San Diego, 2018. Foto: Flor María Ramírez

Fabienne Brugéret y Guillaune Le blanc en su artículo ‘¿Quelle hospitalité por les migrants?’ (¿Cuál hospitalidad para los migrantes?), hacen notar que estamos asistiendo a un verdadero estancamiento y “encapsulamiento” del mundo que sugiere que la preocupación por la seguridad ha prevalecido sobre la preocupación de los demás. A pesar de esta tendencia, la ética de la  hospitalidad ha sido la respuesta de muchos para humanizar los espacios de vida relegada e invisible en la que las personas migrantes descansan, buscan, esperan. Probablemente dice Brugéret y Le Blanc “nos volvemos inhospitalarios en contra de nuestra propia voluntad”.

Esto está relacionado con la política de la “intimidación” que proviene de la violencia y los conflictos descolonizadores del siglo XX, de las guerras internacionales y de los conflictos internos. La intimidación  ha dado pie al surgimiento de políticas estatales centradas en perseguir la seguridad, antes que garantizar derechos y nos han sobre expuesto a “las amenazas” que puedan provenir de los otros, diferentes y extraños. Con esta idea se cierran cada día fronteras, se cancela la esperanza del desarrollo, se levantan muros y barreras.

Las necesidades de los migrantes cuestionan la ética individual

Dice Umberto Eco (1996) que “la dimensión ética se inicia cuando entra en escena el otro. Cada ley, cada moral o juridicialidad regula siempre las relaciones interpersonales, incluidas aquellas con otro que las impone. Nosotros -así como no logramos vivir sin comer o sin dormir- no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro”.

Nuestro reloj de alarma y desconfianza, determinado en buena medida por el discurso político, puede ser puesto en pausa por un instante para imaginar que alguien toca a la puerta, una persona migrante bien puede ser de Uganda o de Nicaragua. Esa persona huye porque teme por su vida, porque ya no puede estar en su casa, porque busca reunirse con su familia o simplemente porque la vida en su país se volvió insostenible. Esa persona no tiene ni casa, ni comida, ni trabajo ni medios de vida.

¿Qué podríamos dar a esa persona migrante? Ayuda humanitaria elemental, desde luego. Medicina si lo requiere, también. Orientación legal y psicosocial, quizá tenga que referirse para ello a un albergue o a una dependencia gubernamental. Las necesidades de las personas migrantes cuestiona profundamente la ética individual y nuestra idea de ciudadanía. Muchas personas eligen tener un rol pasivo, sin opinión, sin comentarios. ¿Será también que el ser pasivo no deja de ser hostil? Un poco de interés nos puede decir cómo sumar de forma más organizada, al menos estar mejor informados. Sin duda la clave para generar alternativas empieza por la voluntad de cada cual y el deseo de hacer las cosas diferentes.

La ética de la hospitalidad en lo individual es una elección personal, pero colectivamente puede ser la antesala de una política pública menos ambigua (como lo anota la Conferencia del Episcopado Mexicano) y más hospitalaria, que promueva un trato digno y humanitario a las personas migrantes en México, algo que todos merecemos por el hecho de ser personas.