Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Ha acabado definitivamente el papa Francisco con la misa ‘ad orientem’?


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El motu proprio

Cuando parece que en julio en el Vaticano no pasa nada porque el papa Francisco hace vacaciones o debe descansar después de una operación, la publicación de un Motu Proprio te sorprende a final de la semana. Aunque los tradicionalistas llevan días pidiendo a la Virgen del Carmen que no se produjera, Francisco ha publicado el Motu Proprio ‘Traditionis Custodes’ –“custodios de la tradición” es el título, en el que se recoge una palabra mágica que ha sido arma arrojadiza–, junto a una carta a todos los obispos del mundo pidiendo que se ponga fin a la excepcionalidad de utilizar unos libros litúrgicos desfasados con el pretexto de celebrar la Misa ‘ad orientem’ —permítaseme la metonimia de esta fórmula para que se nos entienda—.



Esta recuperación de la, podríamos decir, misa tradicional “ha sido aprovechada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias y construir oposiciones que hieren a la Iglesia y dificultan su progreso, exponiéndola al riesgo de la división”, lamenta Francisco. Por ello llega a confesar el Papa: “Me entristecen por igual los abusos de unos y otros en la celebración de la liturgia”. Por ello, ha llegado el día en el que se normaliza el rito romano ordinario, se derogan expresamente –para cabreo de algunos sofistas de sacristía– los libros litúrgicos antiguos y se invita a realizar un apostolado litúrgico orgánico que huye de la esquizofrenia de publicitar una cosa y su contraria (en muchos aspectos).

La experiencia

Hace no muchos años viví en Roma. Mi comunidad religiosa estaba a pocos pasos del ‘Ateneo Anselmianum’ que alberga el ‘Pontificio Istituto Liturgico’ y alguno de mis hermanos de comunidad estudiaban allí. Allí oí al menos en tres ocasiones de gente bien informada que la casualidad puso en mi camino que era una pena que Francisco, por prudencia, no fuera a actuar contra el motu proprio ‘Summorum Pontificum’ de Benedicto XVI mientras este fuera emérito. Y no es que aquello fuera un ‘nido de progres’. Hasta ahora.

Los liturgistas que han consagrado su vida a estudiar y potenciar el desarrollo de la reforma conciliar y a buscar el sano equilibrio entre la rica tradición litúrgica de la Iglesia y las demandas celebrativas de la humanidad de hoy sintieron un escalofrío al contemplar todas las puertas que se abrían hace 14 años con dicha publicación. Ahora, aunque se rumoreaba que Francisco solo iba a hacer una reforma superficial –pero lo suficientemente molesta al hilo de la burocracia vaticana– sobre el procedimiento de permisos para celebrar con el misas de Trento, el Papa ha sido valiente y retorna al camino conciliar.

Cuando salió ‘Summorum Pontificum’ yo era un estudiante de Teología. Hay quien nos hablaba de la benevolencia del Papa por los olvidados y clandestinos católicos chinos que no habían conocido otra forma de celebración. También había esperanzas de vuelta al redil de los colegas lefebvrianos –como si el cisma solo fuera litúrgico y no eclesiológico–. La curiosidad hizo que yo participara como un fiel más en la primera celebración en el denominado ‘rito extraordinario’ que hubo en Sevilla. Cuál fue mi sorpresa al contemplar que, con mis veintimuchos yo era de los mayores de aquella asamblea litúrgica en la que la homilía –en lengua vernácula– estuvo dedicada a alabar y agradecer a Benedicto XVI aquella “paternal” concesión para recuperar el latín eclesiástico, las casullas de guitarra y devolvernos un Misterio que parece que algunos que pensábamos tener vocación habíamos pasado toda la vida espantando. Algo no cuadraba… ¿dónde estaban todos esos que habían pedido ese misal y esos manípulos al Papa?

Y eso que yo he disfrutado muchas de las exquisitas reflexiones de Benedicto XVI sobre la liturgia. Cuando salió el volumen correspondiente de sus obras completas, el 9º titulado ‘Teología de la liturgia’, comprobé que ya había leído –algunas varias veces– previamente muchos de los escritos que se recogían en esas 592 páginas. Con Rosmini presenta la liturgia como un “juego” en el sentido anticipador de la vida eterna –como los niños que juegan a ser adultos–; he entendido el sentido que los cristianos durante siglo encontraron en la mirada al Oriente; me ha ayudado especialmente el comentario sobre la “participación” que pide el Vaticano II –y que puedo llevar a cabo aunque no sea capaz de cantar en misa o me toque estar en un banco retirado–… Ahora bien, no he entendido del todo esta “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” con el Vaticano II que se ha producido en este tema que a la mayoría de los laicos del mundo les importa lo justo. Me entristece que para muchos el legado litúrgico de Benedicto XVI –que sin duda lo tiene, a pesar de no ser su especialidad teológica– se quede en un (puede que) bienintencionado ‘Summorum Pontificum’ que solo ha revuelto las aguas de la polarización eclesial. Al menos que añadan el ‘pro multis’.

El análisis

En este como en otros tantos asuntos litúrgicos, es siempre esclarecedor el análisis de Andrea Grillo en su blog ‘Come se non’ –en el que incluso ha detectado un importante error en las citas–. El mismo viernes hacía unos subrayados interesantes al señalar que el decreto de Benedicto XVI liberó a los obispos de una de sus obligaciones como ‘liturgos’ propios de sus diócesis. Mientras que el enfoque de ‘Traditionis custodes’ consiste precisamente en devolver esa autoridad y responsabilidad a los pastores de las Iglesias locales como una aplicación también del Vaticano II. Un enfoque este que no banal.

Además, Grillo alaba la rotundidad de una afirmación: “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la ‘lex orandi’ del Rito Romano”. Decir esto de manera tan inequívoca acaba con el “sofisma” de que es posible una coexistencia paralela y el mutuo enriquecimiento cuando precisamente una contradice a la otra. La unidad y la paz –frente a las facciones y malentendidos– solo se construye en el horizonte de una única celebración eucarística del rito romano –que en cambio no se contradice a otros ritos reformados, empezando por la Liturgia Hispánica–. Visto canónicamente el Motu Proprio de Benedicto XVI –y su evolución en estos 14 años– sus postulados se han convertido en un principio de “desintegración de la Iglesia”, señala Grillo apuntando a la “irresponsabilidad pastoral” de algunos sacerdotes. “No puede haber competencia original entre dos formas rituales, una de las cuales fue creada para modificar la anterior”, razona frente a tanto sofisma que ha triunfado entre determinados grupos tradicionalistas.

Mientras que Benedicto XVI hablaba de que las dos formas de celebrar un único rito se iban a enriquecer mutuamente, la polarización ha alzando cotas nunca vistas. Eso sin contar el tiempo perdido en estar haciendo dos continuas reformas paralelas de un mismo rito en los despachos de Doctrina de la Fe y en los del Culto Divino. Algo que incluso desvaloriza el propio trabajo conciliar.

La valoración de Grillo es impecable: “Lo que me parece extraordinario es el hecho de que durante 14 años se haya justificado muchas veces lo injustificable, que muchos canonistas se hayan plegado al positivismo de la ley, que no pocos liturgistas hayan ‘atacado a la burra donde el amo quería’, que se hayan escrito artículos y hasta volúmenes en los que se ha justificado una ‘doble formación ritual’ para los futuros sacerdotes, y que todo ello haya sido apoyado, avalado y a veces solicitado por pastores y personas supuestamente competentes”. Como ejemplo, el cardenal Robert Sarah, tuiteaba el viernes que “en la historia, Benedicto XVI será recordado no solo como un gran teólogo, sino también como el Papa del Summorum Pontificum, el Papa de la paz litúrgica, el que construyó un puente ecuménico con el Oriente cristiano a través de la liturgia latino-gregoriana”.  ¿Puente? ¿la paz? ¿eso ha percibido desde la prodigiosa atalaya de la Congregación para el Culto Divino?

En Estados Unidos, donde la proliferación de estas misas entre grupos e incluso comunidades religiosas ha sido realmente preocupante, el rzobispo José H. Gomez, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, ya se ha posicionado y ha mandado un primer recado: A medida que se implementan estas nuevas normas, animo a mis hermanos obispos a trabajar con cuidado, paciencia, justicia y caridad mientras juntos fomentamos una renovación eucarística en nuestra nación”.

Como en la organización de las misas individuales de la basílica de San Pedro preocupa que abunden los entusiastas de estos ritos desfasados entre quienes velan en la Curia por cuestiones tan delicadas como la formación de los sacerdotes del futuro o quienes van a decidir qué oración voy a tener que rezar en el funeral de mi padre o de un buen amigo…