David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

Guadalupe: cuando Dios se acerca hablando en nuestra lengua


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Hay presencias que no necesitan explicación porque se sienten antes de comprenderse y la Virgen de Guadalupe es una de ellas. Cada diciembre, México, América Latina y el mundo vuelve a encontrarse con esa mirada que no envejece y con ese rostro que no exige nada pero lo transforma todo. Y aunque la celebramos el día 12, la verdad es que la fiesta empieza antes, en ese movimiento interior que ocurre cuando uno escucha su nombre y algo en el corazón se dispone.



En estos días, vuelvo a pensar que Guadalupe no es solo un acontecimiento del pasado; es un lenguaje y la manera en que Dios eligió decirnos: “Te veo, te hablo a ti y te entiendo”. Porque el Acontecimiento Guadalupano es, ante todo, una pedagogía del amor: Dios acercándose a un pueblo herido y desconfiado, no desde arriba, sino desde el corazón mismo de su cultura.

Nada en Guadalupe es imposición ni grito, nada es amenaza. Todo es cercanía.

El cerro, las flores, la tilma, el canto, el diálogo… son recordatorios de que Dios no siempre entra con doctrinas, sino con gestos que sanan. Por eso Guadalupe no divide: guarda, reúne, abraza. Su mensaje no es moralizante sino maternal.

Estos días, al llegar a una nueva comunidad, he pensado mucho en eso. La figura de Guadalupe me enseña cómo entrar: con suavidad, con respeto, escuchando primero, hablando después. Así fue con Juan Diego pues, antes de pedirle algo, ella se inclinó: “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Antes de la misión, fue el abrazo y antes de la tarea, la ternura y cercanía.

Quizá por eso su presencia sigue viva, porque no se dirige a nuestras perfecciones, sino a nuestras heridas. No pide explicaciones; ofrece compañía. No viene a señalar errores; viene a recordarnos nuestra dignidad.

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MADRID, 09/06/2025.- El Museo del Prado ha presentado la exposición ‘Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España’. Foto: EFE

Guadalupe es también un espejo espiritual. En ella vemos lo que la Iglesia está llamada a ser:

Casita sagrada y abierta, rostro amable, palabra que consuela, espacio donde cada uno cabe sin tener que justificarse. Vemos lo que el corazón humano necesita: un lugar donde descansar sin miedo, donde soltar cargas, donde sentir que la vida todavía puede empezar de nuevo.

Por eso en Adviento, su figura se vuelve aún más luminosa. María de Guadalupe no solo anuncia al Emmanuel; es la cercanía del Emmanuel antes de que nazca. Es Dios mismo diciéndonos: “Ya voy en camino hacia ti. No tengas miedo. Estoy cerca incluso antes de que puedas verme”.

A veces pensamos que la fe avanza a grandes saltos, pero Guadalupe nos enseña que el Reino crece en pasos pequeños: en un gesto de cuidado, en un acto de confianza, en un nombre susurrado, en un “sí” que parece insignificante pero que lo cambia todo.

Hoy, mientras nos preparamos para su fiesta, yo también le pido que me tome de la mano en este inicio pastoral que estoy viviendo: que me ayude a mirar con ternura, a acompañar sin prisa, a anunciar sin ruido. Y que me enseñe a decir, como Juan Diego, con sencillez y esperanza: “Que se haga como Tú quieras, Señora mía, Niña mía, Madre mía”.

Lo que vi esta semana

La devoción de la comunidad rezando el Rosario Guadalupano cada día de la novena.

La palabra que me sostiene

“¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. (Nican Mopohua)

En voz baja

Virgen de Guadalupe, ruega por nosotros.