Ayer concluyó, de alguna manera, el luto por la muerte del papa Francisco. Y no me refiero a la misa que forma parte del funeral, y a la que asistieron, según reportes, 150 delegaciones oficiales de todo el mundo, destacando la presencia de personajes tan disímbolos como Donald Trump y Lula da Silva, Javier Millei y Emmanuel Macron, el rey Felipe y la reina Letizia.
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Lo afirmo porque, mientras inicia el próximo cónclave, en la primera quincena de mayo, con seguridad, y con la participación de 133 cardenales electores, todo se nos irá en la grilla sucesoria. Ya hasta las principales casas encuestadoras tienen sus pronósticos y el famoso dicho ‘muerto el rey, viva el rey’ se aplicará no cuando se sepa el nombre del próximo sucesor de Pedro, sino desde la misma reunión en la que resultará electo.
Como un homenaje al fallecido, antes de que todos comencemos a pronunciarnos en torno al proyecto que, en opinión de cada quien, deberá asumir el siguiente Papa, propongo esta reflexión sobre Francisco de Roma, en el entendido de que no será la postrera, pues yo regresaré sobre él en sucesivas entregas. En esta ocasión, me quiero referir al Bergoglio-Pontífice como ser humano, como teólogo y como pastor.
El argentino se distinguió por su humildad y simpatía. Y creo que se esforzó mucho, pues dicen quienes lo conocieron como arzobispo de Buenos Aires que no era de sonrisa fácil. Es cierto que demostró algunos destellos de esa humanidad que no siempre son ejemplares, como haber hecho cardenales a seis paisanos, dos de ellos con más de 90 años de edad. Como dice un amigo acerca de los ches: “Los argentinos siempre van a la suya”. Pero tuvo muchos gestos -no los voy a enumerar- en donde se alejó de la pompa y solemnidad practicadas por sus antecesores y, como lo escribió un diario colombiano al anunciar su nombramiento: “Argentino, pero modesto”.
El Francisco teólogo recuperó la característica misericordiosa de Dios, su principal nota distintiva, en vez de insistir en un ‘Ser justiciero’. Si bien no tiene la altura académica de su predecesor, Ratzinger-Benedicto XVI, ofreció contenidos doctrinales muy anclados en la tradición teológica de la Iglesia Católica, pero también adaptados a la actualidad. La ayuda de su amigo el cardenal Víctor Fernández ‘Tucho’ en este punto fue invaluable, y quiso darle a la teología moral una dimensión menos casuística e hipersexualizada y más conectada con la justicia social y la atención a personas vulnerables como los migrantes y los niños que trabajan.
Apenas electo, no faltó quien definiera al nuevo Papa como un ‘párroco del mundo’, insinuando una inferioridad de talento con relación a su predecesor alemán, típico profesor universitario e intelectual connotado. No fue así. La supuesta afrenta devino en reconocimiento al perfil pastoral de Francisco de Roma, quien se mostró cercano a sus fieles no solo con gestos claros de proximidad, sino con consignas como pedir a los clérigos que sean pastores con olor a oveja, no a perfume costoso, y cuestionando su lejanía del pueblo. Sí. Francisco fue un párroco, pero sensible y preocupado por sus fieles.
Desde hoy se iniciarán las especulaciones, más sobre quién puede ser el siguiente, y menos sobre cuál es el perfil que la Iglesia necesita de él. Valga esta reflexión póstuma para que, el sucesor, le dé continuidad a estas tres cualidades ‘bergoglianas’. Ojalá.
Pro-vocación
‘La pastoral del papa Francisco en diálogo con la filosofía intersubjetiva. Coincidencias y desafíos‘, es el título de mi reciente obra, publicada por PPC. Estará a la venta a partir de mañana en las principales librerías españolas. Ya había publicado, en la misma editorial, ‘De la teología de la liberación a la teología del papa Francisco. ¿Ruptura o continuidad‘ (2018). En ambos textos ofrezco mi análisis sobre el ministerio de Jorge Bergoglio, Francisco de Roma.

