¿Existe la libertad de ciscarse en Dios?


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Días atrás, el actor Willy Toledo tuvo que pasar por los juzgados acusado de un delito contra la libertad de conciencia y de ofensa a los sentimientos religiosos, más otro de obstrucción a la justicia. La razón: ciscarse en Dios y en la Virgen. El actor –y sobre todo activista político– insistió en que, a pesar de los artículos del Código Penal, a él le asistía la libertad de expresión. Incluso le dijo al juez que su intención no había sido “ofender a nadie. Ni a los católicos, ni a los musulmanes, ni a los seguidores de la secta del monstruo del espagueti volador”.



Yo no sé si el Código Penal tiene que contemplar un delito de ofensas al sentimiento religioso. Pero lo que sí sé es que habría que procurar no ofender al prójimo en sus sentimientos, ya sean estos religiosos o de otro tipo.

Por eso el caso de Willy Toledo me recordó algo que se lee en la primera carta a los Corintios. En esa carta, Pablo responde a una serie de cuestiones que, al parecer, les preocupaban a los cristianos de Corinto. Una de esas cuestiones tenía que ver con consumir carne que hubiera sido sacrificada a los dioses paganos. Hay que advertir que esa práctica formaba parte del marco social del Imperio romano –por ejemplo, por parte de “asociaciones profesionales”–, siendo además una de las pocas ocasiones que tenían los ciudadanos de comer carne.

La postura de san Pablo es muy clara: “Sobre el hecho de comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que en el mundo un ídolo no es nada y que no hay más Dios que uno” (1 Cor 8,4). O sea, que, en su opinión, en principio no habría problema en comer esa carne, porque, al fin y al cabo, los dioses paganos son “ídolos”, es decir, nada. Ahora bien, si el hecho de participar en esos banquetes escandaliza a un hermano, quizá menos formado, entonces “nunca volveré a comer carne, para no ponerlo en peligro” (1 Cor 8,13).

Es evidente que el vientre de Willy Toledo jamás alcanzará el cielo. Pero aquí en la tierra no estaría mal que tuviera en cuenta a esos “hermanos más débiles” que, pobrecillos, aún creen en Dios y se escandalizan si escuchan a alguien ciscarse en él.