Estuve enfermo y me visitasteis


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Cuando vayan a ver a una persona enferma, no la avasallen, respeten su ritmo y sus necesidades. Si quiere hablar, lo hará. Escuchen antes de hablar. No inicien una conversación sobre fruslerías o naderías pensando que la distraerá; hablar de superficialidades no encaja bien con el sufrimiento que la persona puede estar experimentando. Si quiere saber algo de sus planes de veraneo o cómo van las cosas fuera del hospital, lo preguntará y, en ese momento, podrán contar lo que quieran.



Sobre todo, no le cuenten sus propias experiencias de enfermedades si no pregunta, máxime si persiguen minimizar la actual. Al paciente no le ayuda escuchar que a una vecina suya o a usted mismo le operaron “de eso” y todo fue a pedir de boca: hay que ser listo y sensible, aunque sea lo mínimo, para comprender que no hay enfermedades, sino enfermos, pues no existen dos pacientes iguales; las circunstancias e historial médico previo cambian por completo la situación y el pronóstico. Minimizar el padecimiento de quien está en la cama puede resultar contraproducente e incluso cruel. El dolor físico o psicoafectivo/espiritual es algo profundo que desde fuera es difícil percibir o cuantificar.

Prudencia

Tampoco le cuente de entrada sus propias experiencias de enfermedad o sufrimiento, incluso si son parecidas o usted piensa que peores o más graves. Comprenda que, para quien está en la cama, su mal es el más preocupante, y quizás no tiene en ese momento los recursos para compadecerle a usted. La compasión es un sentimiento de gran profundidad humana y cristiana, y se trata de un bien escaso, que quizás el paciente necesita y no puede dar. Si desea saber su experiencia, se la preguntará.

Acérquese a la persona enferma con respeto, pendiente de lo que pueda necesitar, y vaya bien vestido al hospital. Solo el paciente y el cuidador principal, que quizás pasa día y noche a pie de cama, durante días y semanas, tienen derecho a vestir como les plazca dentro del decoro exigible. El paciente y algunos miembros del personal sanitario agradecerán por lo general que los visitantes vayan bien vestidos, ya que se trata de una muestra de respeto.

La comodidad del visitante no está en absoluto por encima del respeto debido. Los pantalones cortos, las camisetas de tirantes y la ropa de deporte se han hecho para ir al gimnasio o a la playa, no para acudir a una consulta médica o a una sala de hospitalización. Si nuestros gerentes sanitarios no explican algo tan elemental por incompetencia, vergüenza o cobardía, tendremos que ser algunos sanitarios quienes lo mencionemos.

No le mienta

Si la enfermedad o el padecimiento del prójimo le conmueven, llore si así le desea; no es bueno ocultar los sentimientos, ni para usted ni para la persona enferma. Por encima de todo, no le mienta ni piense que la enfermedad nos convierte en imbéciles: casi nadie lo es en una situación de vida o muerte.

No trivialice diciendo cosas que a usted no le cuestan pero pueden hacer daño al paciente, tales como “ya verás como esto pasa pronto y te pondrás bien”, o “pronto estarás saliendo a cenar otra vez”. Incluso si esto puede ser verdad a medo o largo plazo y usted lo dice con buena intención, comprenda que la dinámica del tiempo es diferente cuando se está enfermo, y palabras como “pronto” pueden no significar lo mismo para el paciente que para usted.

Médico general

Escuche pues con respeto y atención, pregúntese qué puede aportar, regale su paciencia y guarde silencio, en muchas ocasiones lo mejor que podrá hacer. Acompañe con su presencia y oración si es lo que puede ofrecer. Recuerde qué bien explica en el Libro de Job la actitud que se debe tener ante la persona enferma, cuando narra la visita de sus amigos: “Se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande”. (Jb 2, 13)

Obra de misericordia

Tengan en cuenta estas observaciones si deciden llevar a cabo la obra de misericordia con la que inicio esta entrada y acudir a una casa o un hospital a visitar a un paciente. Durante décadas he observado a pacientes y a sus visitantes; he escuchado lo que decían, me he dado cuenta de quién ayudaba y quién molestaba.

No solo como médico, también como paciente, aunque por fortuna durante no demasiado tiempo, he tenido la ocasión de alegrarme por quien me visitaba con cercanía y humildad, o sufrir a quien me agobiaba o avasallaba. Por inseguridad, por temor, por falsa cortesía. Sin mala intención, pero sin acertar.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidan, y por este país que en verano sigue generando malas noticias y peores realidades.