Espiritualidad de Comunión


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El ambiente interpersonal en que nos desenvolvemos es clave para nuestro bienestar. Hay ambientes de todo tipo. Algunos invitan a la excelencia y otros son tóxicos, hay atmósferas de aprecio incondicional y también de sofisticada discriminación. Hay espíritus colectivos de logro y de cínica mediocridad, dinámicas de colaboración y atmósferas de grilla. Igual que cuando se sienta uno en la mesa del comedor a cenar en familia, el ambiente es obvio para quien lo experimenta: no hay modo de esconderse ni de disimular y el resultado en el ánimo personal es contundente.

Cuando en nuestros grupos no vivimos el ambiente adecuado nos preguntamos cómo podríamos restaurarlo, y también a veces cuando es el correcto, tratamos de mantenerlo tanto como sea posible. Entonces procuramos activar y mantener la dinámica correcta.

Cultura organizacional humana

En el mundo empresarial, se le llama cultura organizacional al fruto de un ambiente recurrente. Así hay culturas de resultados, de innovación, de respeto, de mantenimiento del status quo, de resistencia al cambio, de miedo, de sabotaje y muchas otras más. La cultura comprende tanto la vida interna de grupo como su respuesta al entorno, es decir incluye 1) los objetos, rutinas y significados en el hacer cotidiano y 2) los supuestos subyacentes y modos de actuar compartidos frente a estímulos externos.

Entonces, si deseamos una cultura organizacional determinada, requeriremos instalar tanto elementos recurrentes para la vida diaria como, supuestos comunes que promuevan la respuesta grupal en la dirección deseada. Por ejemplo, para favorecer una genuina cultura de inclusión habrá que trabajar en 1) políticas de reclutamiento, contratación y promoción basadas en mérito, combinándolos con 2) talleres de sensibilización sobre sesgo y discriminación, entre otras cosas. Y del mismo modo, una rutina de 1) centralizar la autoridad hasta en la más mínima compra combinada con 2) despedir inmediatamente a quien “se ponga al brinco”, generan gradualmente una cultura de autoritarismo y pasividad.

Instalar los elementos organizacionales correctos es el primer paso para lograr un ambiente grupal en beneficio de todos, pues hay veces que andamos de malas simplemente porque la división del trabajo es incorrecta o perdemos demasiado tiempo poniéndonos de acuerdo sin llegar a concretar nada. Ahora, invitaré tu atención a la posibilidad de incluir un aspecto adicional a tus dinámicas grupales. Un elemento que no sustituye a la libertad colaborativa, sino que la potencia y perfecciona. Este elemento es la Espiritualidad de Comunión.

Un mismo Espíritu

Desde nuestra tradición, podemos decir que la espiritualidad colectiva es la forma específica en que la vida dinámica de un grupo de personas refracta la luz del Espíritu Santo (CIC 2684). Como un diamante, que mientras mejor se pule y más se trabaja, genera destellos cada vez más hermosos y llamativos. El diamante refracta la luz, pero no es la luz. Así nuestra espiritualidad colectiva, proviene a la vez de trabajar cooperativamente y de aceptar al Espíritu como Fuente de la Luz.

Para incorporar espiritualidad a tus reuniones el elemento recurrente consiste en orar. Insisto, se trata de profundidad no de duración. No me refiero a persignarnos mecánicamente, ni a recitar un Padrenuestro a la carrera, ni tampoco a dormitar mientras nos chutamos el Laudes completo. Orar. Invitar decididamente al Espíritu de Cristo a estar presente en nuestras reuniones y presidirlas (Mt 15, 20). Y al igual que percibimos el ambiente grupal, también tenemos la moción del Espíritu.

El entender subyacente es que estamos invitando a Dios mismo a nuestro desempeño familiar, profesional o ministerial. El Espíritu es fuente de unión y verdad. Tiende puentes de entendimiento y de cooperación que nos unen en un solo cuerpo social. Entonces enfatizamos que esta espiritualidad ES de comunión. Y del mismo modo que la luz visible que captan nuestros ojos se compone de un arcoíris cromático, la Luz interior del Espíritu se compone de un repertorio de dones como el amor, la sabiduría, la capacidad para expresarnos y varios más. Estos han sido enunciados principalmente por Isaías (Is 11,2-5) y Pablo de Tarso (1 Cor 12, 4-11) y todavía seguimos aprendiendo sobre su belleza y capacidad para transformar nuestras vidas.

El efecto en las personas y en el grupo es formidable. No únicamente se recuperan la claridad y el aliento y con ello potenciamos nuestras facultades organizacionales. También modificamos nuestro modo de ver a los demás y expandimos nuestro entendimiento sobre la naturaleza del Amor, hacia formas mucho más profundas, amplias y solidarias. Por ello Juan Pablo II (2001) menciona que acabamos en contemplación del misterio Trinitario habitando entre nosotros, mientras Cristo resplandece en los rostros de quienes nos rodean.

Notarás que para atreverse a vivir esto, el reto no es intelectual, sino de genuina apertura a lo ilimitado. La práctica de la espiritualidad de comunión no surgirá espontáneamente en ambientes de negocio, ni tampoco es un tema de fácil digestión para quienes creen que la espiritualidad es solamente un asunto privado y no colectivo. Tampoco es fácil para quienes se asumen a ellos mismos como la causa última del Bien. Es casi como si creyéramos que la acción de Dios en el mundo se restringe a lo que sucede en el templo o como si fuera una especie de energía controlada por nosotros mismos. Mi experiencia es totalmente distinta. Al promover espiritualidad de comunión he sido testigo de transformaciones notables que no habrían sido posibles por ningún otro tipo de recurso administrativo ni humano: organizaciones corroídas por la corrupción que se recuperan, discusiones interminables resueltas casi espontáneamente y rencores añejos que fueron superados, para vivir después en plenitud, armonía y gran productividad.

Así que te invito a que no me creas y lo compruebes por ti mismo: selecciona un espacio comunitario -fuera de misa o de tu práctica religiosa- e invita al Espíritu de Dios a hacerse presente y actuar. Lleva la Espiritualidad de Comunión a tu actuar social y cuéntame después cómo te fue en ello.

Referencia:  Juan Pablo II (2001) Novo Millennio Ineunte, 43. Cd. Vaticano: Librería Vaticana.