Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Cuál es el espíritu de Taizé, doce años después de la muerte del hermano Roger?


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El mes de agosto

Agosto es un mes intenso en Taizé. Cientos de miles de personas acuden a esta aldea de la Borgoña francesa en busca de una experiencia. A lo largo de una semana o un fin de semana se meten de lleno en el particular ritmo monástico de la comunidad ecuménica formada por Roger Schutz, el hermano Roger, en 1940 con unos cuantos huérfanos y prisioneros de la guerra.

Además de todo esto, desde 2005, agosto es también el mes de la trágica muerte del fundador, al ser este apuñalado al final de la oración de la tarde en la moderna iglesia de la Reconciliación por una mujer que sufría problemas mentales. Como cada día, el anciano monje se colocaba en el centro en su silla de ruedas rodeado de niños y al final recibía el saludo de quienes se acercaban. El 16 de agosto de cada año el recuerdo del iniciador de este movimiento ecuménico nunca faltará.

Recuerdo intensamente la celebración del primer aniversario. Esa semana de agosto de 2006 yo estaba en Taizé con un grupo de jóvenes. Los horarios de aquella jornada siguieron el curso habitual: la oración de la mañana y del mediodía, los trabajos cotidianos, las introducciones bíblicas que animan los diferentes hermanos de la comunidad ecuménica, las colas y las comidas frugales, los talleres de la tarde…

“Y ahí, precisamente ahí, surgía el recuerdo por el hombre que se rodeaba de niños para orar, por quien hacía suyas las ansias de tantos jóvenes y las elevaba a Dios en forma de oración cada mediodía, por quien dio cauce a la gran necesidad de soledad interior de quienes se acercaban a la iglesia románica de Taizé —a cuyas puertas se encuentra la sencilla tumba del hermano Roger—, por quien fue guía y cauce de un hermano que dudaba sobre qué pasos dar para ser más de Dios”, escribí ese día para una revista religiosa.

Los hermanos de la comunidad rezaron unos minutos ante la tumba y cantaron una de las oraciones favoritas del que había sido su carismático prior: “Jesús, el Cristo, luz interior, no dejes que mis tinieblas me hablen, dame de acoger tu amor”. Luego, en la tarde, a la misma hora que falleció, una eucaristía presidida por el obispo de Nanterre con el ritmo propio de Taizé reunió a los 7.000 jóvenes de más de 60 países presentes. La lectura, la misma que hace un año: el evangelio de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12).

“Nos envías, con nuestras fragilidades humanas, a transmitir un misterio de esperanza. Que se levante la paz sobre la tierra, esta paz del corazón que nuestro hermano Roger tanto deseaba para cada ser humano”, rezaba en alto el hermano Alois, actual superior de la comunidad. Oración interrumpida por una fuerte tormenta y que llegó a dejar al templo con la luz de emergencia.

La reconciliación

La última vez que me he cruzado con el hermano Alois fue en Roma, el pasado mes de noviembre, al finalizar la misa de clausura del Jubileo de la Misericordia. Dos hermanos de Taizé quisieron acompañar al papa Francisco en este día importante en una de las iniciativas del actual Pontífice.

Rodenado la columnata de Bernini, convertida en cinturón de seguridad para disuadir de posibles ataques terroristas en la Plaza de San Pedro, ambos nos bendecimos mutuamente. La reconciliación del hermano Roger, la misericordia de Francisco y la bendición de todos se encontraron en aquel fugaz instante. La bendición siempre está abierta a los demás, a todas la religiones… me dio por pensar en aquel encuentro.

Y es que la comunidad de Taizé ha construido ecumenismo desde la vivencia concreta de la reconciliación dentro de sus muros invisibles. Como hizo Roger con los primeros huérfanos, prisioneros o judíos acogidos en la aldea… Hoy el ecumenismo se sigue construyendo creando espacios de encuentro, rezando, cantando con distintas letras y una única melodía, compartiendo el pan, fregando las cazuelas de la comida, leyendo juntos la Biblia, repartiendo un sinfín de tipos de quesos franceses o acostumbrándose a usar solo la cuchara y el tenedor, sin preguntar a nadie si es católico o luterano, compartiendo vivencias y dramas, bebiendo té frío o caliente con alguno de los hermanos, sintiendo dudas por aquello que creemos y experimentamos, también en relación a Dios y a la fe…

“Se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta. Los hermanos de la comunidad, ya lo sabéis, no quieren reteneros”, dijo en su visita Juan Pablo II en 1986.

El futuro

Han pasado doce años del adiós del hermano Roger. Se ha terminado el tiempo de la fundación, decía el hermano Alois a los miembros de la comunidad tras el entierro de su primer prior. “Pidamos al Señor que el sacrificio de su vida contribuya a consolidar el compromiso por la paz y la solidaridad de quienes tienen en sus corazones el futuro de la humanidad”, dijo Benedicto XVI al año de su muerte en la catequesis de los miércoles, recordando cómo se enteró de su dramático fallecimiento a la vuelta de la Jornada Mundial de la Juventud, puesto que “su testimonio de fe cristiana y dialogo ecuménico fueron una preciosa enseñanza para generaciones enteras de jóvenes”.

Para el sucesor del carismático monje, el mensaje de este foco ecuménico, a escasos kilómetros de los restos de la en su día esplendorosa abadía de Cluny, es claro y actual. Todos los que viven la experiencia de Taizé son los sucesores de su intensa búsqueda de las fuentes de la fe como camino para una auténtica reconciliación, son los portadores del Espíritu que impulsa a hacer posible la parábola de la comunidad que constituye Taizé, son el cauce del amor de Dios ante los más alejados, los más necesitados.

El mensaje de Taizé, de su campana, de su pequeña iglesia románica, de su comedor abierto al horizonte, de sus rezos cantados… es que es posible vivir en plenitud el programa de las Bienaventuranzas.