¿Es posible proteger del sufrimiento?


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El sufrimiento derivado de la enfermedad es inevitable e inherente a la vida humana. Lo explicaba en la entrada anterior: hay un tiempo para enfermar y uno para sanar, uno para vivir y otro para morir. Somos sistemas biológicos y, como tales, expuestos al deterioro por el paso del tiempo y a las amenazas externas, tanto naturales (agentes infecciosos, físicos, catástrofes naturales) como artificiales (accidentes).



Todo ello sin tener en cuenta los posibles sufrimientos físicos, morales y espirituales provocados por la vida afectiva y familiar, o por la injusticia y la persecución. En resumen, las posibles fuentes de sufrimiento en nuestra vida son numerosas.

Dolores del alma

Muchas veces, cuesta más ver sufrir a nuestras personas queridas que soportar y afrontar nuestros propios sufrimientos. La enfermedad de los hijos resulta desgarradora para los padres, la de la esposa lo es para el esposo, la del hermano menor lo es para el mayor.

Sin embargo, es necesario comprender que no podemos evitar por completo el sufrimiento de aquellos a quienes amamos, como nuestros padres no pudieron evitar el nuestro. No podemos mantener a las personas en un permanente jardín de infancia, a salvo de toda amenaza. Eso implicaría que nadie crecería ni se haría adulto. Del mismo modo que nosotros abandonamos el ambiente familiar protegido y nos arriesgamos al amor y al desamor, así tendrán que hacerlo quienes dependen de nosotros. No podremos evitarles desgarros ni agonías que hubiésemos preferido que no conociesen.

Dificultades de la vida

Las dificultades de la vida nos acrisolan, nos permiten entender qué es fundamental y qué accesorio, descubrir por nosotros mismos que el objetivo de la vida –en palabras de Elisabeth Kúbler-Ross– es aprender a amar y ser amados incondicionalmente.

Médico general

La vida de Jesús de Nazaret, al que intentamos pro-seguir a pesar de todas nuestras fallas y limitaciones, es una continua lucha contra el sufrimiento de las personas con quienes se va encontrando: cura a leprosos y condena un sistema religioso que los considera malditos,  expulsa demonios, devuelve la fuerza a las piernas de un paralítico, hace desaparecer la fiebre, cesa las hemorragias de la mujer, toda su vida sangrante.

Anuncia el Reino

Alimenta a los hambrientos, devuelve la esperanza a quienes la han perdido, confirma con su praxis que Dios tiene para el hombre mejores posibilidades, que un mundo diferente puede construirse en esta tierra. Anuncia el Reino de Dios, en oposición a lo que monseñor Romero llamó “el reino del demonio”, una sociedad de pecado donde gobiernan la mentira, la injusticia y la muerte.

Por eso, apoyados en nuestra fe, acompañamos el sufrimiento de todos aquellos a quienes amamos, consolamos en lo que podemos, padecemos con ellos (com-padecemos), aun cuando no podamos evitarles las noches sin sueño, las lágrimas de desencanto y soledad, o la pérdida de unas expectativas vitales que hasta hace poco eran legítimas y realizables.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.