Entrenando la alegría


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Es realmente muy hermosa y profunda la reflexión sobre la alegría que hace Catherine Aubin  en su libro ‘Prier avec son coeur. La joie retrouvée’ (Ediciones Salvator, 2017). Se trata de una monja dominica que cuenta con importantes estudios sobre la oración en Santo Domingo. No es frecuente, en el bosque de libros de “espiritualidad” que se dirigen a las editoriales católicas, encontrar un libro tan vivo, tan hablado, que sepa cómo sacudir el alma del lector. Esto sucede porque Aubin cuenta experiencias reales, porque las citas que nos ofrece, no son  demasiada y han sido masticadas durante mucho tiempo de meditación personal, no están ahí para alardear de su cultura.

“Quiero que vuestra alegría sea completa”, dice Jesús en el Evangelio de Juan, y Aubin lo toma en serio, ya que “los que hablan de alegría en cierto sentido hablan de Dios”, escribe. Y el que habla desde la alegría. se acerca a Dios sin saberlo.

Jesús no condena el miedo

El libro consta de tres partes. En primer lugar, un himno a la alegría a través de nuestras experiencias, las que hicieron que la autora redescubriera la alegría, la amistad, la capacidad de vivir en el presente y en la presencia de Dios, dando sentido y razón de ser a cada día. A continuación, Aubin pasa a examinar los obstáculos para tener alegría -el miedo y el olvido – y, finalmente, en la tercera parte, aborda los puntos de referencia que sirven para cultivar la alegría, que son la confianza, la fuerza, la gratitud y el canto .

“Lo que fue decisivo en mi viaje –escribió Aubin– fue la alegría de la amistad”, porque cada vez que hemos experimentado la amistad nos sentimos conmovidos por la alegría. Podemos experimentar la alegría de Dios en las palabras de nuestros amigos. Ese momento concreto es un punto de encuentro con Dios, que nos da la posibilidad, y por lo tanto la alegría, de encontrarnos con Él.

El miedo que –confiesa la autora– la ha marcado desde la infancia es uno de los principales obstáculos para la alegría, un miedo que puede ser de dos tipos: el miedo a Dios y el miedo a los demás. Las primeras palabras de Adán ante Dios, la primera vez que usa el pronombre personal “yo”, son una confesión de miedo. Y ese miedo es el que de alguna manera genera un fenómeno anestésico, de parálisis, de bloqueo. Jesús nunca condenó el miedo en los discípulos, les dice que no traten de estirar más sus manos, brindándoles seguridad con su presencia.

Dios nos recuerda

La parábola del publicano y el fariseo le sirve a Aubin para ilustrar el tema del olvido: el fariseo se olvida de su verdadera humanidad, no la acepta, y luego se olvida de todas las veces que necesitaba a Dios y Dios vino al rescate. Por lo tanto, niega esa presencia amorosa que habría llenado su corazón de alegría. Olvida que Dios siempre nos recuerda.

Así, la alegría se cultiva con confianza y fortaleza, “una fuerza que, como el viento o la tormenta, nos hace movernos, nos lleva a caminar hacia fuera por horizontes insospechados, sube las montañas y nos abre a la esperanza”.

La alegría está vinculada a dos momentos sagrados, la bendición y el canto. La bendición “reconcilia a lo creado con su naturaleza de regalo”, escribe la autora para quien “bendecir es el signo de un corazón reconciliado, de un corazón habitado y lleno de sentido”. De un corazón alegre, que expresa su alegría en el canto, “que le otorga un significado casi misterioso, porque es un evento, un lugar de encuentro”.

En conclusión, “para que la alegría eche raíces es importante aceptar e integrar todo lo que forma parte –aunque sea doloroso, desagradable, insoportable– (…) de la pasta del ser humano, que el Espíritu Santo hará volar”.