Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Entrando en otoño


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¿Los humanos somos de hoja perenne o de hoja caduca? No sabría responder. Sí sé que llevamos dentro el ritmo de las estaciones, como una danza infinita y cotidiana. Y a veces hasta se nos nota por fuera. Algunos asocian las grandes etapas vitales a cada una de las estaciones: el nacimiento de la primavera, la madurez del verano, el decaimiento del otoño y el blanco final del invierno… que, por otro lado, no es más que un aparente vacío que dará lugar a otro renacer.



Pero también vivimos estos cambios por días, por rachas, por temporadas. Por estas latitudes acabamos de comenzar el otoño, la época dorada, cálida, intimista. Es la época en que se inicia la caída de la hoja si eres de hoja caduca, claro. Al parecer, ser de hoja caduca o perenne es el resultado de un lento proceso de adaptación al medio.

Pero no te llames a engaño: los árboles de hoja perenne también mudan sus hojas. La diferencia es que lo van haciendo progresivamente, de tal manera que nunca vemos desnudas sus ramas. Y corren el riesgo de no saber que están cambiando. Quizá por eso dicen los buenos jardineros que es fundamental podarlos periódicamente, retirando lo que ya está muerto o tan dañado que resta fuerza al crecimiento natural e integral del árbol.

Árboles de hoja caduca

Los de hoja caduca saben bien de cambios por dentro y por fuera. Si viven en entornos muy secos, perder o no perder las hojas puede ser la diferencia entre vivir o morir, porque mantenerlas implicaría un gasto insostenible de agua. Y en otros lugares, con el descenso de las temperaturas después de subidón de la primavera y el verano, las hojas no pueden soportar el frío. Se dejan caer con esa generosidad pasmosa de quien sabe que será la única forma de que el árbol se llene de vida de nuevo. Todo un acto de fe y de gratuidad.

Quizá se debe a este costoso proceso de vida y muerte, de pérdida y reencuentro, que los árboles de hoja caduca cuentan con hojas mayores y flores más intensas. Y antes de la caída, otro proceso natural y precioso: el cambio de color en las hojas. Al detenerse la producción de clorofila a medida que el frío es mayor y se reduce la fuerza del sol, el verde de la primavera y el verano da paso a una inmensidad de tonos amarillos, ocres, anaranjados, rojos y hasta violetas. Eso, si eres de hoja caduca. A cambio, los árboles de hoja perenne nos aportan una sombra continua, una hoja permanente, unas ramas su canturrean con el viento todo el año, sin parecer importarles demasiado las ventajas o desventajas del entorno.

Otoño

En definitiva, creo que la pregunta de inicio estaba mal hecha. Los humanos somos tan diversos -al menos- como lo son los árboles y plantas que llenan la tierra. Y hay espacio y tiempo para todos. Puede que estés en ese aparente verdor permanente de la hoja perenne, que pareciera que nada cambia en ti y que nada necesitas, siempre vivo. Recuerda que así son los pinos, los cipreses o los olivos y también la magnolia, las azaleas o el romero. Una presencia de vida sobria y continua. O quizá en este momento estás en plena caída de la hoja, con esa belleza de mil tonos amarillos y rojizos y con la aparente fragilidad de quien ve cómo sus ramas son despojadas y se quedan irremediablemente solas. Recuerda que así es un haya o un castaño, un nogal o un cerezo: igual de majestuoso, firme y entrañable, aunque desnudo.

Sea como sea tu momento, lo importante es que eres, que estás vivo. O como dice una buena amiga: todos somos de hoja caduca, pero de savia perenne. Y ahí fuera es otoño. Lo demás solo pertenece a los cómos y a los cuándos. Y conviene reconocerlo para no pedir peras al olmo ni higos a una higuera cuando no es el tiempo de producir (Mc 11,13).