Elusiva humildad


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La idea de humildad nos elude. Habemos quienes reducimos el camino de la humildad a la auto restricción;  ya que nos sabemos falibles, nos refugiamos cómodamente en la Providencia y enterramos nuestros talentos. Otros oscilamos al polo opuesto y la consideramos una falsa virtud, apropiada solo para los débiles. No falta quien confunde la humildad con pobreza o con humillación.

Sin embargo, ninguna de esas posturas captura la esencia del ser humilde, pues a la vez que nos reconocemos inteligentes y con libertad completa, intuimos que esas cualidades tienen un propósito de potenciación y amor. Al combinarlas con nuestro asombro por lo Inabarcable integran una perspectiva sólida de la humildad, en un entretejer dinámico de inteligencia, libertad y maravilla.

Inteligente

La humildad es inteligente. En cada acto de entender se genera una conexión entre dos situaciones aparentemente inconexas. Al observar la realidad, nos preguntamos sobre ella, imaginamos alternativas, nos esforzamos por encontrar soluciones hasta que el entendimiento sucede. ¡Eureka! Reluce la nueva idea, se enciende el foco, nos cae el veinte, captamos el mensaje y de mil maneras más expresamos el momento preciso en que esa pequeña conexión se crea. Entendemos.

También podemos orientar la actividad de nuestra mente a entender nuestro entender. Como si una cámara se fotografiase a sí misma. Y las posibilidades se expanden, pues así como podemos extraviarnos en el relativismo o en el sinsentido, también podemos validar la precisión de nuestro entender, las condiciones para un juicio crítico y la dificultad monumental que implica un juicio moral acertado. Al final, la nube misma de afirmaciones verdaderas, especulaciones, errores y mentiras hacen evidente nuestra capacidad inteligente y su falibilidad. Es de sabios cambiar de opinión, reza el refrán. Soy inteligente, pero dos cabezas piensan mejor que una y también puedo apoyarme en los hombros de gigantes.

Libre

Nuestra libertad es completa. Esta convicción por la no-sujeción nos acompaña toda la vida, abarca desde correr descalzos en la infancia hasta la autodeterminación de los pueblos. Espontáneamente rechazamos cada yugo, por pequeño que parezca. En nombre de la libertad emprendemos las tareas más sublimes y ejecutamos también las más atroces. Exploramos otros planetas y habilitamos el genocidio. Celebramos el encuentro y nos encerramos en el rencor. Y en el centro de todo, la semilla inalienable de la libertad señala la posibilidad de elegir nuestra actitud personal frente a las circunstancias, cualesquiera que estas sean (Frankl, 2011).

En el camino de la libertad, reconocemos que ésta se potencia con la humildad. Observamos que el ejercicio irreflexivo facilita los errores y que el actuar malicioso termina en restricciones. Aquí los desvíos no se limitan a las conclusiones, sino que disposiciones y acciones generan efectos más profundos en mí y en los demás. Es distinto tener una idea equivocada que realizar actos irreversibles, que puedan marcarme de por vida. En contrapeso, cada acto genuinamente libre va acompañado de un entender correcto de la realidad, y potencia la libertad aún más. La verdad prepara el camino de la libertad (Jn 8,24).

Maravillado

Nuestra posibilidad a la apertura es permanente. Nos maravillamos del andamiaje asombroso de la ciencia y de la congruencia interna del lenguaje de las matemáticas. Nos estremece la narrativa del arte y nos exalta la destreza del atleta olímpico. Ciertamente somos la especie más evolucionada del planeta y esto también despierta la conciencia de corresponsabilidad. Pagamos con huracanes y sequías el cambio climático que provoca nuestra industria, y nos maravilla de nuevo el intrincado equilibrio dinámico de cada ecosistema, el transitar de nuestro sistema planetario en la vía láctea y la expansión del universo. El asombro por la naturaleza abre la puerta a la humildad.

Eventualmente observamos el calcio de nuestros huesos y el hierro en nuestra sangre, para darnos cuenta que somos tan jóvenes como el mismo universo, ya que las condiciones de presión y temperatura para crear una fusión nuclear que forme átomos así de complejo solo suceden al interior de un hoyo negro supermasivo gigantesco, que después requerirá explotar para esparcir toda esa materia por el universo. Exacto, algo así como un Big Bang.

Ciertamente somos polvo, pero somos polvo de estrella y el Universo conspira a nuestro favor. Y así sucede porque el Creador del Universo, en una procesión inabarcable de Amor y reencuentro, lo dispuso originalmente así, y vio que estaba bien así. No sé si te pase lo mismo, pero para mí esta realidad es fuente de permanente gratitud y humildad, que me invita a diario a ejercitar mi inteligencia y encauzar mi libertad.

Referencia: Frankl, V (2011).  El hombre en busca de sentido. Herder.