Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El tiempo es lo más caro


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El modo en que vivimos los minutos es muy subjetivo. Cuando estamos a gusto y nos sentimos bien, las horas parece que vuelan. En cambio, cuando estamos incómodos o algo nos resulta pesado, cada segundo se hace eterno. Pero hay veces en los que la agenda aporta un dato de objetividad irrefutable y una desearía contar con días de treinta y ocho horas y no solo con veinticuatro para poder sortear las tareas. Es en estos momentos cuando me acuerdo de las palabras del administrador de un colegio. Él decía que el tiempo es lo más caro, porque de todo lo demás se puede comprar, pero resulta imposible adquirir más tiempo.



A veces tengo la sensación de que nos convertimos en esclavos de los minutos. Como les sucedía a los amigos de Momo, parece que hacemos un tétrico contrato con los hombres grises. Corremos de un lado para otro, arañando segundos en medio de nuestras tareas y, con frecuencia, posponiendo lo importante por lo urgente. Cuando la velocidad se impone, me acuerdo de cómo Marcos dibuja a Jesús. Este evangelista repite constantemente, casi como muletilla, el adverbio ‘enseguida’. Con esta insistencia parece que el Nazareno corre de un lado para otro de Galilea, con una agenda digna de todo un ejecutivo. Pero las prisas que muestra el evangelio no le impiden tocar y atender a los enfermos que buscan en Él su sanación.

reloj paso del tiempo

Mirar a Jesús en esos capítulos de Marcos me hace pensar que quizá el problema no es la rapidez, sino la hondura con la que vivimos cada momento, la forma en que nos relacionamos con los demás y cómo invertimos nuestro tiempo, siempre escaso, en favor de los otros. Porque, efectivamente, el tiempo será lo más caro, pero hay cosas que no tienen precio.