El servicio de las mesas


Compartir

Trabaja en un centro comercial. Es un joven maduro, célibe, pasa de los cuarenta. Voz grave, resuelta. Mirada serena y profunda, y una sonrisa. Al servicio de todos, positivo, buscando siempre aunar esfuerzos. Y es que, para servir, sin pedir nada a cambio, para entregar la vida, para construir comunidad, se necesita mucha madurez, porque cuando uno piensa solo en sí mismo, denota todo lo contrario.

En pocos días, en su parroquia, va a ser ordenado diácono permanente. En su pueblo todo el mundo lo celebra, algunos incluso con emoción. En la historia de nuestra diócesis es el primero. Esto le produce cierta turbación. Bueno, pienso que es la que vivimos todos cuando el Altísimo nos cubre con su sombra. Todo es gracia. A veces le tomo el pelo. Me mira y sonríe. Expresa paz y bondad.

Hoy hemos comentado las lecturas elegidas para la celebración de ordenación. La primera es cuando los Doce escogieron hombres de “buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría para que se ocupen del servicio de las mesas, mientras nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra”, decían. Es la elección de los siete diáconos en las comunidades de los primeros cristianos. La segunda es el himno de los filipenses: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús… que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo”. Y el evangelio, el lavatorio de los pies. Creo que ha hecho pleno.

Porque la comunidad crecía, porque muchos se hacían discípulos del Señor, hubo que instituir a los diáconos, que, consagrados a la función de repartir el pan, lo necesario, entre las viudas y los huérfanos, pronto se dedicaron también a la predicación de la palabra, como lo descubrimos en dos de ellos: Esteban y Felipe.

Nuestro diácono también tendrá que desarrollar su actividad pastoral entre los pobres, la palabra y el altar, y no precisamente porque sean innumerables los discípulos que se agreguen a nuestras comunidades, sino más bien al contrario, pero servir en lo sencillo y en lo pequeño exige aún más madurez, también espiritual. ¡Hay tantos rostros de pobrezas! Ahora todos debemos tomar conciencia de lo que el ministerio de diácono significa en nuestra diócesis.

Finalizo con una intuición, porque todos estamos llamados para servir. Siempre he creído que el mejor examen de conciencia, sin muchas complicaciones, sin interrogatorios bloqueantes que no sabes ni por dónde salir, es preguntarnos ante Dios, al caer el día, en un sosegado silencio: ¿He servido o me he servido? Simplemente. En esta breve pregunta tienen respuesta todos nuestros actos, nuestros sentimientos, pensamientos y omisiones. En esta pregunta se contiene la esencia de nuestra fe.

¡Ánimo y adelante!