El río que no cesa


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Siempre me ha edificado estar sentado al otro lado del Gave. He estado allí muchas veces con, más o menos, una cincuentena de jóvenes, durante la noche, contemplando la riada de peregrinos y curiosos que se acercan a la gruta, muchos de ellos aún con las antorchas de la procesión encendidas. El Gave es el río de Lourdes. También conozco la pequeña ciudad de las apariciones en noviembre, cuando todo está cerrado y no hay un alma por las calles.

La primera vez que fui a Lourdes me escandalizaron tantos comercios y mercaderías para sacar el dinero de los peregrinos y visitantes, por eso de llevar un recuerdo. Juzgar a Lourdes por eso es como valorar un regalo por el papel que lo envuelve. Por eso hay que entrar en la gruta y ver a los enfermos, lisiados, y muchísimas personas con el corazón herido, que necesitan ser acogidos. Hay que mirar de reojo sus rostros y comprender el sufrimiento. Los caminos del consuelo y de la ternura son tan necesarios como el respirar. Ahora y en todos los tiempos.

Lourdes es Evangelio. Allí los enfermos, que también son pobres, como son periferias nuestros pueblos vaciados, buscan una fuente donde calmar la sequedad de su sufrimiento, de su soledad, o de sus vacíos. Allí te encuentras con multitud de peregrinos de todas las nacionalidades que, como una corriente de un río que no cesa, se dirigen a la gruta de la Señora, como la llamaba Bernardita, la pobre muchacha del molinero, sin oficio y sin beneficio, que vivía de limosna en el calabozo del pueblo, con su esposa y sus hijos. Aquello era miseria. Otra vez los pobres.

Allí caminas entre enfermos de todas las clases, crónicos y sin esperanza, entre personas mayores, como cualquiera de las que habitan nuestras parroquias, entre reclusos en vías de ser devueltos a la libertad, entre discapacitados físicos y psíquicos, entre jóvenes y adultos voluntarios, o simplemente entre familias y sus pequeños, que habiendo sido asiduos peregrinos quieren imbuir a sus hijos de esa espiritualidad de la fragilidad.

También te encontrarás con personas aparentemente como nosotros, pero que también nadan en las aguas del sin sentido. Es toda una escuela de humildad para todas las personas que nos sentimos seguras y tantas veces orgullosas de nuestros planteamientos y raciocinios, y que allí se escurren como arena entre los dedos. Lourdes es María, la del evangelio. ¡Ánimo y adelante!