Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

El poder de los dolientes


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Una vez escuché a alguien hablar de los discípulos como ese grupo de hombres y mujeres en duelo que cambiaron el mundo. No recuerdo las palabras exactas pero la imagen me pareció muy sugerente.



Muchos expertos ponen en duda que un doliente pueda ayudar a otros hasta que no pase un año o dos de su pérdida. Sí, dolientes, así se suele nombrar técnicamente al que atraviesa un duelo, como si el dolor engullera la identidad entera de la persona. Por eso no me gusta mucho el término. Hay dolores que tiñen la vida entera y ausencias que se comen todas las horas del día y de la noche. Es verdad. Pero no… La vida siempre es más grande y más verdadera. Aceptar como inevitable que el dolor nos engulla es morir antes de tiempo. Habrá que convivir con él, ser pacientes, dolernos… pero no rendirnos, doblegarnos, dejar de ser quienes somos.

Un girasol abierto en primer plano. De fondo, una madre y una hija paseando por el campo

‘Como La Cigarra’

Coincidí celebrando la Vigilia Pascual con una mujer que acababa de perder a su marido. Estaba en pleno duelo. Y con su tristeza celebró, cantó aleluya, lloró y sonrió; y para mí fue una invitación a seguir viviendo. Y no de cualquier forma. Como cantaba Mercedes Sosa:

“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,

sin embargo, estoy aquí, resucitando”.

Vivir resucitando. Con nuestros dolores y nuestros duelos, pero también con nuestros deseos, esperanzas, posibilidades.

“Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal

porque me mató tan mal y seguí cantando”.

Pues sí: a veces la vida nos mata mal pero podemos seguir cantando.

“Tantas veces me borraron, tantas desaparecí
A mi propio entierro fui, sola y llorando.

Hice un nudo en el pañuelo pero me olvidé después
Que no era la única vez y seguí cantando”.

Si doliente es el que se duele de un dolor, ¿quién no lo es? Pero ¿quién dice que un doliente no sigue anidando un caudal de vida dentro para acompañar a muchos?, ¿quién dice que haya un mal tan grande que pueda anular tu nombre y tu futuro?, ¿quién puede asegurar que cualquiera de nosotros no es la persona que el mundo y la historia está esperando para mover la piedra de tanto sepulcro y llenar el aire de canciones?

“Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra
Igual que el sobreviviente que vuelve de la guerra

Tantas veces te mataron, tantas resucitarás
Tantas noches pasarás desesperando

Y a la hora del naufragio y la de la oscuridad
Alguien te rescatará para ir cantando”

A quienes sufren, a quienes se duelen, a quienes se saben golpeados, a quienes lloran una pérdida. Todos dolientes. Todos matados y muertos. Todos resucitados. Porque la vida en persona viene a rescatarnos una y otra vez. Estemos como estemos. Porque solo duele la pérdida y la muerte cuando hemos amado mucho. Y el amor siempre engendra vida. Aunque duela. Es el maravilloso poder de los dolientes. Ese que no solo transformará el dolor a su momento, sino que también puede cambiar el mundo. Los amigos de Jesús lo hicieron, cuando Él ya no estaba o al menos no de la forma en que todos queremos que estén los que amamos. Quizá aprendieron a escuchar: “Me voy pero no os dejo; estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).