José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

El pobre ciruelo


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Hay en el patio un ciruelo

que no se encuentra menor.

Para que nadie le pise

tiene reja alrededor.

 

Aunque no puede crecer,

él sueña con ser mayor.

Pero nunca podrá serlo

teniendo tan poco sol.

 

Duda si será un ciruelo

porque ciruelas no da.

Mas se conoce en la hoja

que es ciruelo de verdad.

( B.Brecht)

Tiempo de confinamiento. Tiempo de discernimiento

El diccionario llama confinado a quien sufre pena de confinamiento o destierro en un sitio fijo del que no puede salir. No tiene en cuenta, ni al ciruelo, ni a los que nacen y crecen con guión predeterminado desde que nacen. Mejor llamarlos acorralados en corralito social del que no podrán escapar tras sufrir acoso, derribo, arrincono. Cercados, como el ciruelo, con una reja.  Acudimos a ellos ahora, si acaso, para salvar cosechas y frutos. Y saquen de apuros a tantos por los campos del Sur y del Norte, como temporeros permanentes en  la vida.



No conocerán a quien les confinó: ¡somos tantos! Piensan que mejor no escapar de sus cadenas conocidas, porque ¿a dónde ir, con quién, con qué y para qué? Se les cierran ¡tantas puertas¡ ¡tantas¡

Ser hombre significa siempre ser un despojado, reducido y confinado en un rinconcito. ¡También el Hijo lo fue! Como tantos ¡Ecce homo!

Tiempo de confinamiento. Tiempo de discernimiento. De modos muy sencillos y humildes podemos caer en la cuenta de que este tiempo –como prisioneros en la vida– también nos puede permitir hacer pequeñas cosas que en otros momentos ni se nos ocurre. Mirando por la reja, por ejemplo, al pájaro que vuela o el cielo que escampa. Mirad el evangelio. No se trata de recetas, no las hay, pero sí que se trata de saber que, según qué lenguajes y qué vida anónima y callada, alienta la tristeza, la turbación… o la consolación. Porque en este tiempo nos planteamos delante del Señor y de los demás el sentido hondo de nuestro ser cristianos y cristianas, si estamos en seguimiento para la exhibición del yo por encima o “pasando” de los otros o para servir en lo oculto, en lo confinado, en lo invisible… el Padre mira en lo secreto.

Y en la oración y en esta vida nuestra de ahora “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”, buscando, como en otros ámbitos de la vida, sabiendo que más importante que hablar es escuchar. No es mejor oración la que se nos llena de palabras… No se ha de llenar tanto mi diálogo en la oración, o con la vida, de la palabra “mía o “yo”, sino de la escucha de la palabra del otro (leída también) que nos llevará al Otro. Escucha solo el que busca entender, comprender, ser consciente, entablar relación y, también, elegir. Hazlo. Romperás muros y tenderás puentes.

ciruelo

Muchos –como el ciruelo– intentaron salir de sus cercados. De sus confinamientos impuestos por otras causas distintas a las que nos obligan ahora: como los migrantes, las víctimas de trata y del maltrato, los encerrados en barcos o en pobrezas chabolistas, los itinerantes de tantos caminos para ganarse el pan en circos y ferias… y en tantas encrucijadas y veredas. Tantos que quedaron en el camino –como los cadáveres en los senderos de estos días–. Como Cristos yacentes.

Me he descubierto también confinado como el pequeño ciruelo. Y me he sorprendido (¿o ha sido un sueño?) intentando saltar la cerca para –salvando las distancias– abrazar al Yacente recordando a tantos Crucificados de la historia.

Pero ya se me había adelantado La Piedad. La Mujer del mejor abrazo. El abrazo, compasivo y humano, que tanto se repite en madres con niños refugiados –por ejemplo–. O en tantos abrazos virtuales de estos días. Y también en los reales que vuelan en oración y lamento (y en besos). Reales porque nacen del corazón humano.

“La Piedad, como madre y como hija, (me lo dijo mi prima) me invita a abrazar al mundo… Compasión… Con-pasión… Y siento así el primer aliento, exhalado, de la liberación, de la resurrección. Que es de verdad. Como la hoja del ciruelo.