Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El lenguaje no verbal de la Iglesia


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A mi hermana mayor le ha atraído desde siempre el mundo de la psicología. De hecho, no sé a qué edad se compró un libro titulado ‘La comunicación no verbal’, de Flora Davis, que después yo leí siendo adolescente. En esa obra se mostraba con ejemplos prácticos cómo no es difícil que haya un desajuste entre lo que dicen nuestras palabras y aquello que transmiten nuestros gestos. Aunque resultaba muy evidente cuando te describía las posturas de otros y su significado, no resultaba nada sencillo descubrir el modo en que el propio cuerpo resulta elocuente ni reconocerse a una misma en esta incoherencia entre lo expresado oral o corporalmente.



Gestos

Me he acordado de ese libro porque he ido a celebrar la eucaristía y, en la homilía, el sacerdote gritaba con el micrófono cerquísima de la boca. Insistía en la importancia de escuchar mientras nos reventaba los tímpanos con la megafonía de la iglesia hasta hacer ininteligibles sus palabras. Puede parecer una tontería, pero esta anécdota me ha recordado que, en el ámbito eclesial, con demasiada frecuencia no somos conscientes de cómo nuestros gestos niegan aquello que proclamamos, poniendo en evidencia que no nos lo creemos tanto.

Se constituye, por ejemplo, una comisión de Laicos, Familia y Vida porque se valora la vocación laical en la Iglesia, pero en la foto con la que se ilustra en las redes sociales aparecen solo clérigos. Afirmamos con rotundidad que lo importante son las personas y sus procesos, pero cuando estos las llevan a romper expectativas nos incomodan. Decimos buscar el bien de los otros, pero con frecuencia ni siquiera les preguntamos lo que necesitan, dando respuestas a preguntas que nadie se hace o soluciones a problemas que no se han acabado de escuchar…

Se me ocurren mil ejemplos, concretos y cotidianos, que evidencian este reiterativo desfase entre nuestros discursos y lo que afirman sin palabras nuestros gestos y nuestras decisiones. No estaría mal que, aunque no siempre seamos conscientes de este “lenguaje no verbal”, seamos humildes y dejemos de pontificar sobre cómo deberían ser las cosas y fijémonos mucho más en qué dicen nuestra actitud y nuestras obras. Vaya a ser que dejemos sordos a muchos por insistir, a voz en grito, en la importancia de escuchar.